Estoy caminando por una calle del centro de Madrid, una calle pequeña. He estado aquí antes. Frente a una tienda de gafas muy modernas, una pareja igual de moderna mira el escaparate. Definitivamente he estado por aquí antes. Entre las ganas de pasar desapercibido y mi inspección autómata a la insignificante pareja, me sorprendo pensando en la posibilidad de que ambos puedan ver proyectada su imagen tanto en el reflejo del cristal de la tienda como en el de las gafas tras este. Un doble reflejo simultaneo atravesando un par de gafas modernas, un cristal de escaparate y un par de subnormales modernos.
Una orgía vintage de mierda que no puedo dejar de mirar. Reflexiono. Si llevara gafas de sol podría esconder más mi patética mirada sobre cada movimiento de ese par de panfletos con pulso que han decidido entrar a la tienda. Debería comenzar a considerar la posibilidad de comprar unas gafas de sol.
Me quedo fuera de la tienda y los vigilo a través del cristal. Me distraigo unos segundos intentando comprobar mi teoría del doble reflejo conmigo mismo. Dentro, la pareja ya se está probando un segundo par de gafas. Modernos de mierda.
De pronto, se abre la puerta de la tienda y dos clientes salen hablando fuerte y en un inglés americano que no logró entender. Ella es rubia, alta y con cara de modelo rehabilitada de algo. Él es mayor que ella y lleva una camisa roja a cuadros, gafa pasta y una cámara de fotos colgando. Se parece al fotógrafo Terry Richardson. Es como si hubiese estudiado una carrera en la universidad de cómo llegar a ser igual al puto Terry Richardson.
Tres segundos y caigo. ¡¡Es Terry Richardson!! Y como si los astros se confabulasen en la coincidencia más idiota posible en la vía láctea, me veo ahí, parado en una calle del centro de Madrid, con una camiseta con la cara de Terry Richardson en el pecho y con el personaje en cuestión a tres metros de mi ridícula presencia.
La coincidencia es demasiado hija de puta como para no llamar la atención del jodido moderno de Terry Richardson, que le clava los ojos a sus propios ojos tras las gafas de la ilustración impresa en la tela.
La camiseta es vieja. La había dejado de usar hace meses. ¿Por qué carajo me la puse esta mañana?. Cuando la compré no sabía quién era el que aparecía ilustrado en ella. A los días alguien se preocupó de informarme, google–web-flikr-blog mediante, quién era Terry Richardson, yo asentí aclarando que conocía la obra del artista.
Luego de un breve duelo de miradas, camiseta-Terry/ Terry- camiseta, el fotógrafo levanta la vista tras sus populares y gruesas gafas y da con mi cara de “yo no fui” . Suelta una carcajada que resuena por toda la calle y que al instante es seguida por la rubia rehabilitada, y forzosamente unos segundos más tardes por mí. El subnormal con la camiseta de Terry Richardson que paseaba por Malasaña.
Palabras en inglés van y vienen entre el vejestorio veinteañero y la veinteañera vejestorio, mientras él le entrega su cámara a la chica y en un inglés que intento descifrar, intuyo que me dice: «¡Ven acá, españolito! Esta foto reventará las redes». Pienso, «soy chileno, gringo de mierda». Sonrío.
Me acerco tímidamente en plan ‘foto pose turista de amigos de toda la vida con Machu-Pichu a sus espaldas’ y mientras poso mi brazo sobre sus hombros, Terry es asaltado por una idea brillante, muy loca. El mundo se ha parado, Terry lo está haciendo de nuevo. En un acto de inspiración incontrolable, comienza a desabotonar su camisa roja a cuadros que lanza a unos metros de él, quedando en camiseta blanca e indicándome efusivamente que pose mi nuca a la altura de su pecho, más o menos en la misma posición que está su rostro en mi camiseta blanca.
«¡¡Que idea loca, Terry!!», pienso. Yo en tu camiseta y tu en la mía. Un puto artista. Me doy asco mientras tímidamente me pongo en cuclillas, arrodillado de espaldas frente a Terry, que con sus grandes manos guiris acomoda mi cabeza a la altura de su estomago.
La rubia entusiasmada enfoca mi expresión de finalista olímpico de las caras de imbécil. Él le escupe sonidos cada vez menos descifrables y ella comienza a disparar. Ruego que no pase ni una de las pocas personas que conozco en esta ciudad mientras me invade una especie de satisfacción rara. Estoy participando en un epifánico momento de iluminación de un artista que define nuestra década. Se me escapa una sonrisa nerviosa, esta vez no es forzada.
Y de pronto sucede. Una textura extraña se posa sobre mi cachete izquierdo, Es tibia, es carne… ¡¡Es la puta polla megafotografiada del puto Terry Richardson!! ¡MIERDA!
En un acto reflejo muevo mi cabeza de un lado a otro sin entender nada. Mi boca, mi nariz y mi oreja dan botes con la gran polla de Terry como si fuese un partido de tenis. La rubia no ha parado de disparar y yo salto hacia un lado escapando de la imagen… Yo, arrodillado con una camiseta de Terry Richardson, con su famosa polla al aire y a centímetros de mi boca. Silencio. Aplausos.
Terry me abraza, no cabe en su felicidad y yo no quepo en esa calle, en esa ciudad, en el mundo… Aún aturdido, estiro el cuello para buscar en la cámara la pantalla con la foto. Al momento caigo en que es una cámara análoga, como las de antes, como las de Terry.
Se despiden. Se marchan. La calle vuelve a estar vacía.
La pareja de modernos por fin sale de la tienda, ambos llevan las gafas que ya no están en el escaparate. Vomito sobre mis zapatilas. Escondo mi cara de la chica que se ha percatado de mi triste estado, y mientras alcanzo a ver su expresión de asco, me limpio con la camiseta la boca, mi boca contra la boca de Terry estampada en la prenda endemoniada.
MARTES
Llevo tres horas navegando por cuanta página de Terry Richardson le ofrece internet al mundo. Son las 2:21 de la mañana. Ha pasado una semana y dos días desde la fotografía que inmortalizó la afelación pública que le propiné al amo de la fotografía cool. Al fotógrafo más mediático con la polla más mediática de la red. Nada, ni un rastro de mi foto. Respiro tranquilo, hoy tampoco la ha subido.
VIERNES
Estoy en el curro frente a mi ordenador borrando el historial de las últimas cuatro horas que llevo tras las palabras: TERRY-RICHARDSON-POLLA-MADRID-2014 en Google. Nada.
Probablemente la rubia no logró sacar la foto, la cámara de Terry no debe ser fácil de utilizar. Al no ser digital, el artista no pudo corroborar su obra en el momento. Púdrete en tu puta cámara prehistórica, puto nostálgico snob de mierda.
SÁBADO
Son las cinco de la tarde y aún no me levanto, tengo una jaqueca asesina. Han pasado dos semanas desde el incidente polla-Terry. El muy hijo de puta no se ha dignado a subir mi foto. Como si fuese algo de todos los días encontrarte a alguien con una camiseta con tu cara dispuesto a arrodillarse y poner su cabeza frente a tu pecho, a colaborar con la obra de un artista trasgresor en nuestra época. Un buen samaritano que está por la causa. Un transeúnte de la clase media dispuesto a participar de una manera espontánea y sin mayor interés, en un acto artístico. Y que como no lleva tetas de plástico ni tatuajes por todo el cuerpo, ni gafas vistosas, no es merecedor de formar parte de la obra de un artista internacional.
El sol entra por la ventana y pincha mi retina. La jaqueca se hace más aguda. Debería comenzar a considerar la posibilidad de comprar unas gafas de sol.
Ilustración: Matías López Navajas
Terry Richardson y el doble reflejo simultáneo
