Alan Turing no fue como lo pinta Hollywood

12 de enero de 2015
12 de enero de 2015
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Por qué tiene que caer la manzana siempre perpendicularmente al suelo? ¿Por qué no cae hacia arriba o hacia un lado, y no siempre hacia el centro de la Tierra? La razón tiene que ser que la Tierra la atrae. Debe haber una fuerza de atracción en la materia». Así llegó un célebre científico a descubrir la fuerza de la gravedad. No hace falta mencionarlo: todos conocemos su nombre.
«Si mis teorías hubieran resultado falsas, los estadounidenses dirían que yo era un físico suizo; los suizos, que era un científico alemán; y los alemanes que era un astrónomo judío». Con estas palabras resumía la mente más prodigiosa del S.XX, el padre de la teoría de la relatividad, lo fácil que es borrar de la memoria colectiva al hombre que fracasa.
Huelga decir que hablamos de Isaac Newton y Albert Einsten. Ninguno de estos visionarios fracasó, ni fue olvidado. Imagina que los logros del primero hubieran permanecido ocultos, en secreto, por orden del Gobierno británico; y que el segundo hubiera muerto joven, quitándose la vida tras un castigo injusto. Nadie asentiría con la cabeza si, en un alarde de intelectualidad, citases sus nombres. Todo sería diferente.
No solo de intelectos prodigiosos se alimenta el recuerdo. También de héroes. Héroes de guerra como los generales Patton y Eisenhower. Imagina que sus conquistas, su contribución vital a la victoria de los aliados, se hubieran esfumado; que pocos conocieran sus hazañas. Sería terrible, ¿cierto?
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Por eso The Imitation Game (Descifrando Enigma) era tan importante. El biopic de Alan Turing, padre de la informática y pionero de la inteligencia artificial, entre otras muchas cosas, debía dar respuesta a una necesidad: justicia histórica. Tras cinco décadas de olvido – toda la segunda mitad del S.XX -, el hombre que acortó en dos años la Segunda Guerra Mundial merecía un reconocimiento mayor que el perdón del Reino Unido, que obtuvo en 2009. Merecía contarse entre los nombres que todos veneramos: Newton, Einstein, Patton, Eisenhower… Turing.
Tal vez en ese sentido, la película, excelente desde el punto de vista cinematográfico y protagonizada por un Benedict Cumberbatch de Oscar, sea un mal menor. Hace solo seis años, nadie hablaba del matemático que sentó las bases de la máquina que te permite leer este artículo. De hecho, seguía siendo un proscrito: criminal, convicto y suicida. ¿Su delito? Ser homosexual cuando amar a alguien del mismo sexo era un delito en Reino Unido.
Sin embargo, The Imitation Game no hace justicia a la figura de Alan Turing. No como la hizo John Graham-Cumming, que consiguió el perdón de la reina. No como la hizo Andrew Hodges, que escribió la biografía en que se basa la versión de Hollywood. La cinta está plagada de imprecisiones y licencias históricas que adornan el guion, venden entradas y desfiguran en cierto modo un personaje que ya estaba bastante maltratado.
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Turing era un tipo raro, con algunas manías. Eso es cierto. Pero hay una diferencia importante entre ser excéntrico y ser la especie de déspota que muestra la película. En realidad, según las crónicas de los que convivieron con el padre de la informática, tenía un gran sentido del humor y se llevaba muy bien con sus compañeros.
El asunto de la prometida de Turing, Joan Clark, también ha levantado bastante polémica. La sobrina del criptógrafo ha criticado esta trama porque Hollywood ha conferido a la relación un cariz romántico que nunca tuvo.
Alan Turing no escribió una carta a Churchill para que le otorgara autoridad sobre sus compañeros, ni despidió a dos de ellos como consecuencia de una intervención del primer ministro que jamás se produjo en los términos que narra la película. De hecho, Turing ni siquiera escribió la carta a título personal.
Lo hicieron cuatro de los criptoanalistas de Bletchley para pedir más fondos, y el primer ministro británico escuchó sus súplicas porque había estado poco antes en el parque contemplando sus progresos. De hecho, uno de los firmantes era Hugh Alexander, el que califica de “inhumano” el comportamiento de Turing en la gran pantalla.
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En The Imitation Game, Turing llama Christopher a la máquina que emplean para descifrar las comunicaciones de los nazis. También es poco riguroso. La máquina era conocida como La Bomba, y no hay constancia de que Turing se refiriera a ella con el nombre del amor platónico de su infancia.
En otra trama salida de la mente de un guionista, uno de los compañeros de Turing es un agente doble que trabaja para la Unión Soviética. Es falso. John Cairncross, el espía soviético, trabajaba en un área de Bletchley diferente y no hay evidencias de que conociera al pionero de los ordenadores. Tampoco de que Alan tuviera tratos con el jefe de los servicios secretos británicos, como se ve en la película, ni de que este conociera la presencia de un agente doble en Bletchley Park.
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En una escena posterior, tras romper el cifrado de Enigma, Turing y sus compañeros deciden permitir que se produzca un ataque nazi en el que morirá el hermano de uno de ellos, para que los alemanes no sospechen que han descifrado su código secreto. Es una de las escenas con mayor carga dramática de la cinta, pero jamás podría haber sucedido.
El correlato real del personaje no tenía dicho hermano, y las decisiones que se tomaban a partir de los datos extraídos con La Bomba no correspondían a Turing y sus compañeros. Estaban reservadas a niveles mucho más altos del escalafón, como es lógico.
En los últimos compases del metraje, el Turing de Hollywood pierde facultades por culpa de la terapia hormonal a la que se ha de someter como castigo. La historia también desmiente esta licencia: no solo conservó sus facultades mentales; realizó grandes avances en biología matemática inspirado por los cambios que sufría su cuerpo como consecuencia de la castración química.
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Son solo algunas de las tramas que han hecho alzar la voz a los expertos y familiares de Turing y sus compañeros en Bletchley Park. Podríamos citar más, pero resultan más que suficientes para sostener, como se ha hecho, que The Imitation Game no hace justicia a la figura del padre de los ordenadores.
Tal vez su nombre se incorpore a la lista de los genios y los héroes, y suene junto a Einstein, Newton, Patton y Eisenhower; pero la memoria que tantas décadas costó restituir será alterada por un relato que tiene más de taquillazo (aunque sea de los buenos) que de homenaje a Alan Turing. Que no se te atraganten las palomitas.
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