Los centros de mayores donde nuestros abuelos iban a echar el día tienen hoy un equivalente para jóvenes en paro en los gimnasios low cost. En ninguno se especifica que no se pueda comer, chatear, beber como un cosaco, echar una cabezadita, tener sexo o leer un buen libro.
Dado que las nuevas ofertas no limitan el tiempo que uno puede permanecer en las instalaciones, podemos hacer vida allí, si nuestro hogar no nos proporciona la suficiente confortabilidad, o calor humano, o simplemente nos fastidia. Conviene, pues, llevar el almuerzo preparado. Y algunos accesorios más, como veremos.
9:00 a.m.
Empezaremos por algún ejercicio de calentamiento, como correr sobre la cinta o hacer algo de bici estática, para parecer normales ante el personal y no llamar la atención todavía acerca de lo que haremos el resto de la jornada.
9:30 a.m.
Una partidita de Candy Crush Saga, sentados en algún rincón de la sala de yoga o equivalente, servirá de interludio perfecto antes de empezar a liarla.
10:00 a.m.
Ahora podemos cambiar de peinado si llevamos un secador y acondicionador, lo que causará cierta sorpresa en quien nos haya fichado visualmente. Se recomienda llevar diversos leggins de colores, dos o tres pares de zapatillas con distintos diseños, cintas para el pelo… Hay que divertirse y cambiar de look, el precio es el mismo. Es el momento de hacer dos o tres series de los ejercicios que más nos motiven, según las necesidades de cada uno. Aún estamos frescos y nos quedan muchas horas de gimnasio.
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11:00 a.m.
Hora de consultar el correo, las redes sociales y de buscar empleo activamente, enviar alguna felicitación de cumpleaños, hacer clic en «Me Gusta» en varias cosas que no nos gustan y dar así por terminada nuestra jornada laboral. Y comenzar nuestra fiesta particular.
En la botellita en la que todos llevan agua, nosotros verteremos unos benjamines de cava casi helado, que hemos traído en el interior de una bolsa térmica de las que venden en el DIA y un paquete de hielos comprados en un chino. Comenzamos a embriagarnos, sorbito a sorbito…
11:30 a.m.
Acurrucarse en un rincón del gimnasio con un ejemplar de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y leerlo con la parsimonia de un bibliotecario, mientras a nuestro alrededor suena la música disco (Lady Gaga y Beyoncé se llevarían la palma en cuanto a ubicuidad en estos establecimientos), y mientras todo el mundo lucha por quemar un puñado de calorías antes del verano, es una experiencia tan absurda como recomendable (el cava sigue llegando fresquito a nuestra garganta). El personal del gym no nos puede reprochar nada, pero se sienten incómodos ante una actitud que se sale del tiesto y que no saben manejar. Por supuesto lo del cava ni lo sospechan.
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1:00 p.m.
Nos aburre Proust, como a todo el mundo, pero también nos mola. Así que nada mejor que una clase de Spinning o Cyclo, esa muy gregaria y aeróbica disciplina de reciente implantación. Fascinan esos DJ subidos a una bici haciendo las delicias de las amas de casa (o directoras de oficinas de Bankia) que se colocan siempre en la primera fila, con su mejor maquillaje y sus mallas más ajustadas, y que no desfallecen nunca a las atronadoras arengas de estos nuevos gurús musculados y de peinado impecable.
Le damos a la botellita de cava (disfrazada de botellita de agua) con creciente frecuencia y solo pensar que toda esa gente está quemando calorías y nosotros pillando un pedal dando pedales es una sensación de lo más gratificante. Este cronista les da su palabra.
shutterstock_169250042(PhotoStock10 / Shutterstock.com)
2:00 p.m.
Tenemos hambre. Hemos hecho ejercicio, hemos ganduleado, estamos mareadillos (casi borrachos, la verdad) hemos leído a Proust… Es hora de regresar de nuevo al vestuario y extraer de nuestra inmensa bolsa de deporte una tartera con un par de filetes empanados y un pincho de tortilla, un clásico en cualquier picnic a orillas del Jarama. Solo que no estamos en el Jarama.
Nos sentamos en la bancada del vestuario y damos cuenta del almuerzo sin ningún síntoma de culpabilidad; sin prisa, pero sin pausa. Es muy difícil que alguien se atreva a llamarnos la atención, y si lo hiciera, siempre podremos aducir que nos ha dado un bajón y que necesitamos aporte proteínico e hidratos de carbono.
Aprovechamos para recargar todos nuestros dispositivos utilizando un enchufe del local. Todo ahorro es bueno, y hay que exprimir al máximo la cuota mensual del gym.
2:30 p.m.
Después de comer está comprobado que muchas personas experimentamos un notable incremento de la libido y nos apetece follar. Y si no puede ser, el onanismo es un buen sustituto. Por ello deberemos llevar unas gafas oscuras para fingir que entrenamos tras la ingesta de los filetes y la tortilla, en algún aparato desde el que tengamos visibilidad del mayor número de clientes y clientas entrenando.
Con las gafas, que a alguno le extrañarán, pero que pronto pasarán desapercibidas, podremos fijar nuestra mirada libidinosa y concupiscente en las regiones anatómicas que más nos interesen de esos sudorosos cuerpos en movimiento que nos rodean. Encendida así la chispa de la excitación, iremos a aliviarnos manualmente a los aseos o a las duchas, intentando no llamar la atención y gozar de nuestro cuerpo de la forma más desinhibida posible. Se recomienda para ello llevar algún juguete erótico resistente al agua y de reducido tamaño.
3:00 p.m.
Tras el orgasmo nos invadirá un agradable sopor, por lo que toca cambiarse de ropa otra vez, dirigirse a la zona de abdominales, tomar una colchoneta, extender la toalla y tendernos en una actitud de pretendida meditación, incluso con un antifaz que nos evite la luz en los ojos, hasta que la siesta nos devuelva el vigor perdido por la digestión y la masturbación.
4:00 p.m.
Todos estos lugares ofrecen por unos 20 euros la hora la asistencia de un entrenador personal. Localizar a uno de ellos impartiendo su sesión a un cliente que haya pagado esos 20 euros es la ocasión ideal para poner a prueba nuestro desparpajo. Basta con aproximarnos todo lo posible al tándem entrenador-cliente y seguir a rajatabla los ejercicios que plantea el primero. Así nos ahorraremos los veinte pavos y técnicamente no podemos ser recriminados, aunque el coach nos mire de reojo.
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5:00 p.m.
El público va cambiando. Nosotros podemos acudir a una clase de Zumba, de AeroBox o de cualquier cosa para matar el rato durante las siguientes horas, seguir bebiendo cava (hemos traído doce benjamines), ahorrando dinero y haciendo músculos.
9:00 p.m.
Ha sido un día perfecto, con un coste cercano a cero, ya que los filetes, la tortilla y los benjamines se los hemos sisado a nuestra abuela; y la cuota mensual del gimnasio low cost ronda los veinticinco euros, por lo que la jornada no llega a un euro. ¿Quién da más por menos?
Si terminada la sesión seguimos sin querer regresar al hogar (en caso de que lo hubiera), podemos ocultarnos en el cuarto de limpieza o en el almacén de pesas o en los gabinetes de masaje, tras una camilla, hasta que apaguen las luces. Y acurrucarnos y entregarnos al sueño de los benditos… Hasta el día siguiente.

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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