El Asesino Binario (Binary Killer) – Capítulo 5

29 de septiembre de 2014
29 de septiembre de 2014
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Resumen de lo publicado:
Benito, un tipo gordo, calvo, hacker aficionado y un poco vicioso, trabaja para El Corte Inglés, hasta que decide dar un giro a su vida y convertirse en un asesino a sueldo. Fabricaría sus propias armas con una impresora 3D y buscaría encargos a través de la Deep Web. Por un malentendido termina pinchando en sesiones de Amnesia (Ibiza), y allí es contactado por La Espora. Natasha se convierte en su compañera, dispuesta a escalar puestos en la organización criminal… Su primer encargo consiste en matar a un niño de siete años… pero todo sale mal y el crío termina viviendo con ellos.
Prólogo http://www.yorokobu.es/binary-killer/
Capítulo 1 http://www.yorokobu.es/binary-killer-capitulo-1/
Capítulo 2 http://www.yorokobu.es/el-asesino-binario-binary-killer-capitulo-2/
Capítulo 3 http://www.yorokobu.es/el-asesino-binario-binary-killer-capitulo-3/
Capítulo 4 http://www.yorokobu.es/binary-killeri-capitulo-4/
 
CAPÍTULO 5
Quinientos bitcoins era un dineral, incluso valorando la volatilidad de la divisa, bajo la lupa de los federales, que buscaban nuevos Ullricht a quien meter en prisión, y nuevos Silk Roads que cerrar… Tarea imposible, como se vio décadas después… Natasha había traído nuestro primer encargo vivo a casa. Un niño encantador llamado Nachete… Si no lo matábamos no cobraríamos, y además durante la operación fallida había muerto Borja, el director del colegio de pago… Su foto aparecía en todos los  periódicos y abría los telediarios.
«Director de colegio asesinado durante el secuestro de un niño»
La Espora no tardó en reaccionar, con una comunicación escueta que no dejaba lugar a dudas.
Han provocado un cambio inesperado en el proceso, por lo que deben entregarnos el niño de inmediato. Ahora lo necesitamos vivo. En caso contrario, no solo no abonaremos los 500 bitcoins, sino que ustedes mismos serán… borrados. Exactamente dentro de una semana recibirán una visita. No cometan más errores. Hagan vida normal.
Natasha, que en esos momentos difíciles demostró tener su bonita cabeza rubia tan fría como bien amueblada, se mantuvo firme.
—¿Vida normal? Ben, este niño vale mucho más de quinientos bitcoins…
Nachete estaba jugando a la Play en el salón, ajeno al revuelo que había provocado su desaparición. Me extrañó que no dijera ni una palabra acerca de volver con papá y mamá. Parecía tan a gusto y tan satisfecho como si siempre hubiera vivido en un modesto pisito de San Blas con una pareja tan disfuncional como éramos Natasha y yo.
Su nombre completo era Ignacio Quiñón Providencia, hijo de Marcelo Quiñón y de Divina Providencia… ¿Por qué querría La Espora acabar con un niño de siete años? ¿Era acaso un ajuste de cuentas con sus padres?
En La Espora habían vislumbrado el futuro mediante sofisticados algoritmos, así que me puse manos a la obra para tratar de averiguar todo lo que pudiera sobre sus progenitores. Lo que encontré no me tranquilizó en absoluto, y una terrible sospecha comenzó a anidar en algún rincón de mi cerebro, como un coche antiguo de coleccionista duerme guardado al fondo del garaje, cubierto con una lona, pero listo para arrancar… Marcelo Quiñón era físico cuántico, había trabajado para la NASA, y Divina Providencia una experta en inteligencia artificial ¿Qué clase de vástago habían engendrado?
Tras muchos accesos denegados y búsquedas infructuosas, mediante el navegador TOR y la Deep Web alcancé el proyecto Nacht (noche, en alemán) ET (extraterrestrial). NachtET. El niño era el primer prototipo de un proyecto muy avanzado para crear seres biónicos indistinguibles de los humanos. Aunque yo era un ávido lector de cómics y de literatura de ciencia ficción, la idea me pareció descabellada… hasta que velé el sueño de Nachete, esperé a que se durmiera, y observé y analicé su comportamiento.
Levanté uno de sus párpados, y un pequeño diafragma se cerró de inmediato. Palpé su vientre y sentí vibraciones extrañas, mecánicas, no orgánicas… Recordé entonces los equipos de biometría que había comprado a una empresa israelí, y procedí a desembalarlos.
Ni el escáner de retina, ni el muy avanzado captor de ondas gamma, ni ningún otro dispositivo surtió efecto con nuestro pequeño y circunstancial hijo adoptivo.
No cabía duda, Nachete no era un niño… era una máquina.
A pesar de aquella revelación, tengo que decir que durante aquella intensa semana Natasha y yo parecíamos una familia estadísticamente convencional, íbamos a hacer la compra, jugábamos con Nachete, lo acostábamos, hacíamos el amor, yo preparaba el desayuno cada mañana… Recuerdo ese breve período como el único normal y placentero de toda mi vida, aunque el decorado fuera más falso que un billete de trescientos veintiséis euros. Ni Natasha estaba conmigo porque me amase, ni Nachete era nuestro hijo, (ni siquiera era un niño, era un dispositivo) ni yo era un padre de familia al uso. Era todo mentira. ¿Y qué?
¿Quién quiere saber la verdad?
Sólo los débiles…
Soy un cínico, pero a veces no tanto, y era consciente de estar entrando en un mundo tan desconocido como fascinante. ¿Cómo podía palpitar bajo la delgada capa de la realidad un esquema de valores tan alterado? La idea no es nueva, ya Arthur Manchen, que por cierto se carteaba con H.P.Lovecraft, sostenía esa teoría delirante: si arañas un poco la superficie del mundo real aparece un pavoroso escenario habitado por seres primigenios, fuerzas telúricas y reglas que no se someten a la Física, y mucho menos a la Ética o a la Moral.
Ese niño tan mono era un prototipo, una máquina probablemente letal si se entrenaba bajo los parámetros adecuados; eso explicaba su desafección emocional hacia sus padres, así como otros rasgos llamativos de su conducta. La Espora no es la única organización que estaba en pugna por el control de ciertas cúpulas de decisiones, y el matrimonio Quiñones-Providencia estaba en su punto de mira desde hacía tiempo. Por mi parte, yo en realidad todavía no había matado a nadie, salvo a Lady Vapor, y fue un accidente, aunque nadie me creyera. Desde entonces mi vida había dado un giro copernicano.
Llamé al dealer, tomé a Natasha de la mano, y tras comprobar que Nachete dormía como un lirón biónico, nos entregamos a una de nuestras sesiones. Necesitaba un paréntesis de sexo y MDMA… Cuando estábamos explorando nuestros cuerpos y nuestras mentes…  volvió a llamar Amanda… Estaba dolida, no le hacía caso, ya casi no nos veíamos, qué estaba pasando entre nosotros, etc…  Supe que era el momento de plantearlo, aunque fuera bajo las brumas cristalinas de la metil dimetil metanfetamina
—Natasha… Amanda es una mujer muy importante para mí. Y quiero compartirla contigo. Además, aunque sea tremendamente gorda tiene una mente privilegiada, y podría echarnos una mano con las redes sociales.
—¿Qué es Amanda, acaso una Community Manager?
—Pues ahora que lo dices, es funcionaria de muy alto rango, y trabaja en la Seguridad Social. Tiene acceso a datos que nos serán muy valiosos en nuestras actividades.
—¿Te la quieres follar también a ella?
—Sí. Pero contigo en la misma cama.
—¿Y si yo te propongo un trío con otro tío?
—¡Adelante! Ya sabes que además de binario soy bisexual…
—Lo que eres es un cerdo. Y te recuerdo que tenemos trabajo, así que ya hablaremos de este tema… cuando salgamos de este atolladero.
Me pareció muy razonable, aunque la posibilidad de estar con Amanda y con Natasha a la vez… y ya puestos… con ese «otro tío» (¿sería el mismo que se me apareció en el momento de cascármela en el hotel de Ibiza?) … hizo volar mi imaginación, y elevó cierta zona de mis pantalones. Cuantos más bajo las sábanas mejor… Y recordé y recité en voz alta las sabias palabras de Quintiliano:

Facilius est multa facere quam diu

 «Es más fácil hacer muchas cosas que hacer una durante mucho tiempo»)

Natasha me miró como se mira a un enfermo mental, pero follamos como nunca lo haría un enfermo mental.
Mientras, La Espora se impacientaba, el plazo estaba a punto de expirar y los noticiarios todavía no habían renunciado a la carnaza del crimen de la escuela en La Moraleja. Contra todo pronóstico, el tal Borja usaba su cargo de director del colegio como tapadera legal para sus actividades relacionadas con el crimen organizado. Eso nos ayudó a despistar a la Policía, que no terminaba de entender lo que había sucedido.
Yo tampoco.
El hecho de mimetizar un androide tan perfecto en una escuela suponía un reto formidable, y lo habían conseguido. Inicialmente fue concebido como un autómata capaz de resistir las condiciones más duras en la superficie de otros planetas, pero en algún momento el proyecto cambió de rumbo, y los Grandes Jefes vieron una utilidad civil en el prototipo. Natasha tomó entonces la iniciativa.
—Ya sé lo que haremos— me dijo con determinación —Vamos a enviar una prueba de vida a sus padres, y les pediremos diez veces más dinero, y cuando nos paguen… entregaremos el niño a La Espora. Que hagan con él lo que quieran. Así nos ganamos un sobresueldo ¿qué te parece?
Le hicimos una foto con el periódico del día y se la enviamos a Quiñones y Providencia, junto con las instrucciones para abonar los cinco mil bitcoins, una verdadera fortuna en aquellas remotas fechas del año 2014. Este dinero nos traería muchas complicaciones en el futuro, pero también fue el pasaporte perfecto para desaparecer.
La verdad es que no sé en qué momento cedí el mando a distancia a Natasha; quizá había vivido demasiados años solo, quizá la edad comenzó a pesarme, pero confié en ella, me relajé, pensé que el mundo podía ser un lugar bello y habitable si permanecía a su lado.
Me equivoqué.
Aun así, cobramos el rescate casi de inmediato bajo sus sabias y eficaces directrices; las rusas son mujeres de una eficacia probada y letal.
A las veinticuatro horas llamaron a la puerta. Era un hombre de una increíble estatura, tocado con un sombrero negro e iluminado por dos glaciales ojos azules, que habló con un timbre grave y bien modulado.
—Mi nombre es Max. Trabajo para La Espora, y vengo a por el… niño.
Entró en el piso sin ser invitado, deslizó su mirada analítica por cada rincón, deteniéndose alguna centésima de segundo más de la cuenta en nuestros equipos informáticos, periféricos y otros dispositivos. Se llevó la mano al interior del abrigo negro y temí lo peor… Pero solo extrajo un sobre, también negro, y lo depositó sobre la mesa.
No sentí ninguna culpabilidad cuando Max se marchó con Nachete de la mano, que se despidió de nosotros sin drama ni ceremonia alguna, como si fuera natural su incierto futuro. Y Natasha tampoco, no olvidemos que días atrás le había entregado la pistola cargada para que se volara los sesos… El problema es que Nachete no tenía sesos, tenía circuitos.
De algún modo, creo que ese fue el punto de inflexión en el que mi empatía por los demás comenzó a resquebrajarse, lo que tuvo una inmediata consecuencia: me sentí más fuerte. Un cierto nihilismo se apoderó de mí, y recordé una línea de diálogo que Robert E. Howard puso en boca de Conan, su creación más conocida: «Un enemigo que no tiene nada que perder es invencible».
Abrí el sobre negro, que contenía instrucciones precisas para cobrar los bitcoins… y mi siguiente encargo.
Entonces supe que había llegado la hora de abandonar San Blas.
 

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