Los padres de la astronáutica en el siglo XIX

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Alemania, Estados Unidos y Rusia en el siglo XX. Estos son los países considerados principales en el nacimiento de la astronáutica. Cualquiera al que le dijeran Francia y Perú, pero en el siglo XIX, se echaría a reír y consideraría a quien lo defendiera «algo desinformado». Y, sin embargo, estaría equivocado (aunque también habría que añadir a Alemania y Rusia en la ecuación de hace dos siglos). Poca gente se da cuenta de que fue un francés quien predijo cuánto se tardaría en llegar a la luna –y cuál sería el sitio de lanzamiento–, y casi nadie conoce que el inventor del concepto de los cohetes astronáuticos y aeronáuticos es un peruano.
La historia de la astronáutica, como la de la telefonía, ha dado un vuelco en los últimos años con la globalización (no fue Alexander Graham Bell quien inventó el teléfono, sino Antonio Meucci). En realidad, la Historia cambia cuando conocemos más a otros países y descubrimos más objetos en arqueología.
Las matemáticas tal y como las conocemos se las debemos a los sumerios, no a los egipcios, que descubrieron el teorema de Pitágoras entre mil y mil quinientos años antes de Pitágoras, como demuestra la tablilla Plimpton 322 (aunque algunos lo discuten). Los ordenadores son del siglo I de nuestra era, como demuestra el mecanismo de Antikitera, y los primeros aparatos más pesados que el aire con motor que volaron fueron los dirigibles de Von Zeppelin (otro oficial de caballería como el Barón Rojo, qué cosas).
Pero los mitos literarios se adelantan. Las ganas del hombre de llegar a la Luna se transmitieron mediante cuentos y mitología y, cómo no, los griegos son los primeros en contar un viaje a nuestro satélite.
Luciano de Samotata llega a la luna con un barco arrastrado por una tromba de agua. Ludovico Ariosto, en Orlando Furioso, envía a Ariovisto a la Luna a caballo. El astrónomo Kepler usó sus conocimientos a la hora de observarla para escribir la novela Somnium Astronómico mediante «extraterrestres» y así aprovechó para describirla en profundidad. La leyenda dice que el primer taikonauta fue Wan Hu, un chino del siglo XVI que se subió a una silla con cohetes de pólvora y «ascendió a los cielos» (aunque no se sabe si esto es ironía de la fina).
Por aquella época, en Europa, Cyrano de Bergerac también posó sus pies allí (gracias a un potente imán y un aparato de hierro) y tres siglos después, el Baron Munchausen –homenajeando al aerostato, el globo, que había sido inventado por el portugués Bartolomé de Gusmao en 1709 y hecho famoso por los hermanos Montgolfier en 1782– también se dio su paseíto con los selenitas.
La primera mujer astronauta se la debemos a Marie-Anne de Roumier-Robert en el Viaje de Milord Céton a los siete planetas en 1765.
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Y llegamos al francés que tanto nos intriga. La verdad, la solución es sencilla, pero no solemos pensar en él tan fácilmente cuando hablamos de llegar a la Luna de verdad. Es Julio Verne, que en sus dos libros De la tierra a la Luna (1865) y Alrededor de la Luna, terminada en 1869 justo cien años antes de la verdadera llegada al globo de Selene, ‘clava’ muchísimas cosas del viaje verdadero.
El escritor galo acierta en cosas tan sorprendentes como qué país lo lanzaría (Estados Unidos), lugar de lanzamiento (Florida, a 50 kilómetros de cabo Cañaveral) y aterrizaje en el Pacífico. Casi calcula al 90% el coste del programa espacial americano cien años después. Su nave del siglo XIX tenía tres pasajeros… y el cañón que usó para lanzarla fue bautizado como ‘Columbiad’ (el módulo de comando del Apolo IX se llamaba ‘Columbia’, aunque esto fue, seguramente, un guiño de la NASA).
Incluso calculó una velocidad de escape de 11.000 metros por segundo. ¿El de la misión a nuestro satélite en 1969? 10.838 metros. También habló del vacío y dijo que las cosas lanzadas fuera de la nave seguirían su trayecto… Abrumador.
Hay muchas más coincidencias. Muchísimas más. Lo que demuestra el trabajo de ingeniería y documentación científica exacta del famoso primer escritor de ciencia ficción.
Un decenio después, en Alemania, se publica en 1891 el primer trabajo científico serio para construir una nave espacial. Lo hizo Hermann Ganswindt. Años antes había diseñado un vehículo que se movía por repulsión (con dos etapas y a base de… ¡dinamita!) y los primeros conceptos del helicóptero para poder elevar este aparato antes de comenzar las explosiones. Aunque muchos le consideraron un loco de atar, otros le llamaron el ‘Edison de Schoeheberg’. Para variar, murió solo y arruinado en 1834.
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Respecto a los satélites artificales, es cosa de los rusos, incluso hace dos siglos. Konstantín Tsiolkovski, que nació en 1857, es considerado el «padre de la cosmonáutica» (en Europa). El ruso propuso usar combustibles líquidos para los cohetes y consiguió publicar su libro La exploración del espacio cósmico ya en 1903. A lo largo de su vida llegó a escribir 500 trabajos sobre ello y sin haber ido a la escuela de pequeño.
En 1897, siendo profesor de escuela, creó el primer túnel de viento ruso, nada menos. Además, estableció la relación de masas entre los cohetes (considerada la ley fundamental de la astronáutica), propuso que se lanzaran por fases y fue la primera persona que habló de construir un ascensor espacial (llegó a proponer un proyecto para ello).
El Sputnik tiene su «marca» y Arthur C. Clarke, que en 1946 predijo que en poco más de diez años un objeto humano orbitaría la Tierra, le dedica un gran homenaje en su biblia de las Telecomunicaciones: El mundo es uno.

Un peruano en medio del asunto

Y sí, entre los padres de la astronáutica hay un nacido, criado y vivido en Perú. Es Pedro Paulet, nacido en 1874 y que ya con 19 años consiguió una beca para estudiar en La Sorbona de París. Con tan solo 21 añitos (1895) el angelito inventó el concepto del cohete moderno y una nave aeronáutico-espacial que llamó el ‘Avión Torpedo’ o ‘Autobólido’.
Fue el primero en construir un cohete moderno efectivo antes del siglo XX. ¿Cómo se le ocurrió diseñar motores de retropropulsión al peruano antes de que ningún europeo fuera capaz de pensarlo? ¡Observando a los calamares y su movimiento a propulsión!
Lo primero que hizo para probar este concepto fue instalar dos cohetes a una rueda, cuyo combustible salía de un carburador fijo colocado cerca del eje. Su ‘autobólido’ consistía en una serie de cohetes y una cabina esférica (porque consideraba que era la mejor forma geométrica para resistir el viaje, con una capa de material resistente con una «punta de lanza». En Perú, el Día de la Astronáutica, se celebra el mismo día de su nacimiento, el 2 de julio.
Así que la próxima vez que salga la pregunta del Trivial sobre los padres de la astronáutica habrá que pensarse muy mucho si la edición es moderna, porque igual decir Goddard, Von Braun, Oberth o Koriolev, los que siempre habíamos pensado como tales, no son la respuesta correcta porque han corregido el juego y los consideran los discípulos de los «locos del espacio» del siglo XIX.
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Patrick Thomas

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