El cartelista de cine que encargó el Guernica

27 de noviembre de 2014
27 de noviembre de 2014
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Corría la época de oro del cine mexicano. «Se llegaban a rodar 400 películas al año», cuenta Carlos Renau, un sexagenario ingeniero químico con gran pasión por el arte. «Por aquel entonces, los carteles de cine se hacían con litografía, que consiste en labrar la piedra con ácido para poder imprimirlo con ese molde. Pero este método hace que las reproducciones sean difíciles, y que no se puedan hacer bien los sombreados. Mi tío Pepe revolucionó la forma de hacer los carteles en México al llegar con técnicas que se utilizaban en Europa, como la pistola de aire de inspiración soviética. Incluso fusionó varios métodos para experimentar nuevas maneras de trabajo».
El tal tío Pepe no es otro que Josep Renau (1907-1982), el muralista, pintor y militante comunista nacido en Valencia, y Carlos es su sobrino mexicano. Para cuando Josep llevaba exiliado en México casi 20 años (del 39 al 58), los cinéfilos del país azteca ya sabían que la firma Renau para la cartelería de una película significaba, según describe su sobrino, «la belleza de una técnica muy depurada, carteles atractivos, vistosos… y una forma magistral de hacer que el texto quedase embebido en su diseño». Lo que quizás a muchos se les escapaba es que el autor de esos carteles de cine, antes de hacer carteles de cine, había sido el hombre encargado de proteger en la Guerra Civil española el patrimonio artístico del país, el mismo que declaró junto a su compañero de oficio e ideales Siqueiros «la pintura como arma revolucionaria», y el que le encargó a Picasso que pintara un cuadro que el malagueño tituló Guernica.
Con motivo del 75 aniversario del Exilio Español en México, el Centro Cultural España (CCEMx) ha utilizado la recopilación que el sobrino del artista ha hecho sobre el su trabajo. «Fueron 240 carteles que son los que expone ahora el Centro», explica el descendiente.
«Cuando a mi tío le ofrecieron un buen contrato en Berlín, en la parte comunista del muro, se fue de México y se llevó casi todo», empieza a relatar el ingeniero el proceso de recuperación del legado de Renau en América en el que lleva inmerso los últimos años. «Tras morir Franco él visitó Valencia y fundó la Fundación Renau, donde legó su trabajo al pueblo español, y allí está casi todo. Lo que quedaba en México era lo que había dejado a los amigos y a la familia. Yo me encargué de llamar uno a uno para tratar de organizar una exposición con el conjunto de su obra en México. De ahí saqué una publicación y expusimos en colaboración con la Fundación de Valencia cuando vinieron aquí a presentar la obra de Pepe que está en España».
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Carlos quiso centrar su estudio sobre el artista en sus carteles de cine. Era dueño de una información privilegiada. Cuenta que Manolita Ballester, esposa de su tío, «escribía un diario en el que utilizaba cuatro renglones para cada día del año. A través de ese diario conocí el 70 o el 80% de los carteles que había hecho Pepe. Manolita describía cada día lo que había hecho su marido en las páginas de ese diario. Allí estaba todo. Luego fui recuperando los carteles de la Cineteca, la Filmoteca, la fundación Renau de Valencia y entre los amigos y familiares mexicanos. Hizo unos 200 en México y 40 o 45 en España».
Ahí está el detalle, Escuela de vagabundos, Ensayo de un crimen, Cartas marcadas, Allá en el rancho grande, son algunos de los títulos cuyos carteles, según la portavoz del Centro Cultural de España, Eva Bañuelos, «se convirtieron en parte del imaginario cultural mexicano». Ahora todos aquellos carteles que algún día se encolaron en las fachadas de las calles mexicanas se han reunido para que el público los vea en las rejas de la calle Guatemala y en la muestra del Muro de la Caricatura.
Cuenta Carlos que su tío «quería hacer su obra de cara al público», y por eso en México «tomó la decisión de hacer carteles y murales». Sin embargo, el bagaje de Renau abarca una biografía que ya estaba nutrida de hitos desde muchos años antes:
«Empezada la guerra, a Pepe, el gobierno de la República española lo nombra director de Bellas Artes, encargado de salvaguardar el patrimonio artístico. Fue él quien organizó los preparativos para la evacuación del Prado», detalla los hechos enciclopédicos en los que el cartelista fue un primera línea antes de acabar exiliándose por los Pirineos. «Lo de Picasso fue con motivo de la feria Universal de París del 37. Pepe formaba parte del equipo organizador, así que le encargó a Picasso que hiciera un cuadro para la decoración del evento. Le dio un dinero, creo que unos 12.000 francos, y Picasso no quería recibirlos, así que se los tuvo que pagar indirectamente a través de su amigo común Max Aub, que estaba en la embajada de París. Lo que a Picasso se le ocurrió pintar para el encargo de mi tío fueron los bombardeos sobre Guernica».
Más tarde llegó su flechazo con el muralista mexicano Siqueiros. «Se conocieron en España, en el coloquio mundial de intelectuales antifascistas». El lema que Siqueiros imploró en la conferencia que Renau había organizado era el de «la pintura como arma revolucionaria». «Se entendieron. Los dos eran muralistas y los dos, casualmente, usaban la misma técnica, además de compartir los mismos ideales», dice Carlos. Fue a Siqueiros a quien Josep buscó, y de quien se convirtió en parte de su equipo de trabajo, cuando tuvo que huir con esposa, hijos y otros tres miembros de su familia política al otro lado del Atlántico. «Picasso, por aquel entonces en Francia, se encargó de pagar a Renau y a su prole parte del pasaje».
El «diseño gráfico moderno y de avanzada» que Renau dejó en herencia a México y que ahora ha recuperado su sobrino, es la mayor evidencia en América del talento de este rojo militante de los colores. El hombre que un día salvó el Prado, y el mismo que pagó el Guernica a un tal Pablo Picasso.
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