En la familia de Patricia Lázaro todos identificaban y nombraban el cuatrisílabo con aguda precisión y frecuencia. También Miguel Sánchez Lindo había oído a su madre repetir el concepto ‘cienes y cienes’ de veces. “Y a mi padre”, le aumenta gravedad a su caso personal.
En realidad todos lo hemos escuchado. ‘Eso es de chichinabo’, sentenciaba cualquier progenitora -digna de serlo- el día que le mostrabas tu última adquisición textil de moda. Chichinabo: ese término tan insumiso a las fronteras semánticas, capaz de categorizar, a la baja, cualquier elemento, evento, lugar o situación. Tan nacional. Tan llano. Tan exacto… Tan de todos, que Patricia y Miguel en cónclave decidieron canonizarle y elevarle a la categoría de firma de diseño. El chichinabo, ahora, tiene etiqueta.
Chichinabo Inc. nació hace dos años. Estos tórtolos emprendedores madrileños de 28 y 29 veranos (diseñador gráfico él, publicista y diseñadora ella), decidieron vivir su idilio engendrando una firma artística que le diese alegría a la casa. La concepción de la criatura pasaría por un romántico diseño e íntimas ilustraciones con tacto, eso lo tenían claro ambos. Las conjeturas se centraban tan solo en decidir qué tipo de dibujos y qué tipo de soportes serían los mejores para el neonato.
“Tuvimos una idea y alguien confió en nosotros”, cuenta el orgulloso padre de la firma. “Queríamos recuperar las temáticas y las estéticas tradicionales habitualmente menospreciadas por rancias o carentes de gusto. Las baratijas, los productos castizos, aquello que por cotidiano pasa desapercibido. Es decir, el chichinabo”.
La idea era perfecta. Con ese ADN no solo estarían haciendo un favor a esta raza de productos y estampas nacionales en agónica extinción, es que además con los genes que posee ese nombre ni siquiera tendrían que regir su línea “por ningún tipo de soporte concreto”, presume la concebidora.
Artesanía, trazos sencillos y línea fina para representar esas cosas que por “costumbristas” o “cutronas” causan una tierna nostalgia. “Un crucero por el Mediterráneo, un bar de barrio, refranes en dibujitos, la tuna compostelana…”, y hasta el grabado de la pesca tradicional gallega hecho por encargo. Las posibilidades de temática se elevan al infinito y los artilugios de chichinabo donde estamparlos alcanzan proporciones semejantes. “Platos, cuencos, vasijas, cacharros de cerámica, mantelitos, tapetes, pañuelos de seda…”, enumera Patricia. «En principio, cualquier cosa que pareciese destinada al olvido”.
Miguel añade a la descripción de la manufactura que sus “productos son de muy buena calidad”.
– Pero entonces no son de chichinabo, cuestiono.
– Claro que sí, es que chichinabo nunca quiso decir mala calidad, sino productos despreciados y mal vistos- posiciona el honor del nombre de su benjamín.
Por el momento aún está madurando, así que estos artistas tienen que hacer horas extras para criar el proyecto después de fichar en sus trabajos: Miguel, ilustrando y maquetando para clientes y Patricia, madrugando todas las mañanas para currar en el Instituto de Diseño. No obstante, a juzgar por las marcas que van haciendo en la pared, va creciendo a buen ritmo. Venta online, comercialización directa en cuatro ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Santander, Santiago de Compostela) y -lo pronuncien como lo pronuncien- hasta se encuentran Chichinabos en la mismísima capital alemana. A escaparate “o por encargo”, abren la veda para pensar motivos pictóricos a sus clientes.
Felices ellos, que al final pusieron a su retoño aquel nombre que tanto insistieron sus padres en que se aprendiesen. Poco a poco la apuesta da el estirón y se va haciendo un hueco en el sector, en las ferias de diseño y en los armarios de cocina. Ya no es un viejo concepto, ahora ha renacido. Para sus engendradores, es puro orgullo de Chichinabo.