Americana o jersey con escudo, camisa o polo, pantalones chinos o falda plisada —escocesa o lisa— y calcetines hasta la rodilla. Septiembre ya está aquí. Y con él, la vuelta al cole y a los uniformes escolares.
Amor y odio: estos son los sentimientos que suscita a menudo esta prenda. El uniforme nos iguala. No te hace perder tiempo por la mañana —te ahorra dolores de cabeza, no tienes que pensar cada día en qué ponerte y puedes quedarte en brazos de Morfeo «cinco minutitos más»—, pero no deja mucho margen a la personalidad de cada uno y, seamos sinceros, llevar lo mismo todos los días puede resultar bastante aburrido.
¿QUIÉNES FUERON LOS PRIMEROS EN LLEVAR UNIFORME AL COLEGIO?
No existe una historia real escrita sobre el origen de los uniformes escolares. El primer documento que habla de un uso formal de un «traje académico» data de 1222, cuando Stephen Langton, el entonces arzobispo de Canterbury, ordenó al Concilio de Oxford que sus alumnos vistiesen la cappa clausa, una prenda parecida a una túnica que se convirtió en el accesorio principal de la vestimenta académica en las universidades de Oxford, París y Bolonia.
Sin embargo, la difusión generalizada del uniforme escolar parece remontarse al reinado de Enrique VIII: los alumnos de la London Christ Hospital School, escuela de la caridad del condado de Sussex que se ocupaba de la educación de niños pobres y huérfanos, vestían uniformes no muy diferentes de los que se pueden ver en escuelas actuales. Abrigo o chaqueta azul —en aquella época era el tinte más barato disponible— y calcetines amarillos —el tinte amarillo se creaba originalmente a partir de cebolla y azafrán, y supuestamente ahuyentaba a las pulgas, las ratas, los ratones e incluso a la peste— a la altura de la rodilla. Un conjunto que, si bien no se ajusta a los cánones estéticos de la moda actual, no ha cambiado demasiado a lo largo de los años.

Lo curioso es que los uniformes, que ahora suelen asociarse a una educación de élite, estaban inicialmente destinados a los niños más pobres. Luego, con la llegada de la industrialización, las escuelas de la beneficencia sirvieron de modelo para otros centros educativos, que adoptaron los uniformes para dotarse de un tono más serio y disciplinado.
En el siglo XIX, el uniforme escolar se convirtió en un rasgo distintivo de los colegios de prestigio —entre los más famosos, el Eton College, con chaqué negro, chaleco, cuello postizo y pantalón negro de raya diplomática—, y el uso del uniforme comenzó a extenderse a las colonias británicas y a otros países.
No obstante, el uniforme escolar, introducido para infundir prestigio y orden social, se ha ido transformando poco a poco en un símbolo, ha salido de las aulas y se ha convertido en tendencia —en equilibrio entre la experimentación de alta costura y la inspiración de un estilo rebelde—, y ha llegado a formar parte de algunos momentos memorables de la cultura pop: ¿cómo olvidar el icónico traje amarillo de cuadros de Cher Horowitz, personaje interpretado por Alicia Silverston en Clueless (Fuera de onda), el atrevido conjunto que lleva Britney Spears en el vídeo Baby One More Time o el inquietante uniforme de Go Go Yubari, interpretada por Chiaki Kuriyama en Kill Bill?

Gracias a la cultura pop, al cine y a las series de televisión —la estética de Gossip Girl sigue siendo tendencia hoy en día—, el uniforme escolar, una prenda aparentemente sencilla y aburrida, creada e impuesta para infundir el orden social, se ha subido a las pasarelas de la alta costura, ha abandonado la estética funcional y ha dejado de lado el conformismo estético para dar rienda suelta a la creatividad y convertirse en una de las tendencias de moda más populares.
Quizás ponerse el uniforme no sea, al fin y al cabo, un gesto tan aburrido.
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