Una casa inspirada en la música de Radiohead

7 de noviembre de 2014
7 de noviembre de 2014
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[pullquote]«Necesitamos casas del mismo modo que necesitamos ropa, la arquitectura estimula a la moda. Es como el hambre y la sed: los necesitamos a ambos».  
Karl Lagerfeld[/pullquote]

El mundo está lleno de edificios. La mayoría son bastante feos, algunos son agradables y unos pocos —al menos porcentualmente— son estupendos, bellísimos. Formidables. Y son esas construcciones en las que nos fijamos cuando definimos nuestra ciudad. Es esa arquitectura la que solidifica la imagen que queremos retener de nuestro mundo. Cuando piensas en Barcelona, no se te viene a la mente las fachadas oscuras e insalubres del Raval: recuerdas La Pedrera. Cuando piensas en Madrid, no imaginas cientos de hectáreas recubiertas de anodinos bloques terminados en ladrillo visto: nombras al edificio Capitol.

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El edificio Capitol -aunque su verdadero nombre es Carrión-. Fotografía: Pedro Torrijos

Sí, el mundo está lleno de edificios que le definen. Que aparecen en novelas, en películas y en cómics. Que se levantan en cientos de metros de acero y vidrio y ladrillo y madera y hormigón. Que construyen –nunca mejor dicho- la realidad física que nos rodea.

Pero ¿qué pasa con la otra realidad? Ya hemos visto alguna otra vez que la realidad se compone de muchas capas sobrepuestas y yuxtapuestas. Y que la parte física solo es un fragmento del constructo de la realidad. De esta manera, si existen mundos imaginarios, también existen edificios imaginarios.

Para empezar, porque junto a todos esas construcciones que vemos y habitamos, hay un muchos, muchísimos edificios que se quedaron solo en la fase de proyecto. Posiblemente más que los que se terminaron construyendo. En algunos casos porque se decidió levantar una propuesta diferente y en otros porque el proyecto se abandonó por las autoridades o incluso por los propios arquitectos.

Hay ejemplos famosísimos a lo largo de la historia, como el del Hotel Atracción, que Antoni Gaudí proyectó para Nueva York a principios del siglo XX y que nunca se llevó a cabo por su elevado coste; o el del la Bibliothèque Generale de France, que Rem Koolhaas propuso en 1989 revolucionando la concepción del espacio, si bien el gobierno francés prefirió construir el proyecto de Dominique Perrault.

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Maqueta de la Très Grande Bibliothèque de OMA-Rem Koolhaas.

Pero de igual manera que hay proyectos con el objetivo de ser construidos, también hay propuestas arquitectónicas que nunca pretendieron salir de la maqueta o los planos. Desde las arquitecturas utópicas de la Ilustración que dibujaron Louis-Etienne Boullé o Claude-Nicolas Ledoux, hasta The Illinois, el rascacielos de una milla de altura y 528 plantas que propuso Frank Lloyd Wright en 1956.

En la actualidad, con el advenimiento de las herramientas avanzadas de manipulación de la imagen –el Photoshop, vamos- hay unos cuantos arquitectos que trabajan en edificaciones exclusivamente ficticias. Modificaciones de la realidad a través de la pura imaginación sin otro fin que proponer mundos distintos al físico que nos rodea. Uno de los más interesantes es el catalán Víctor Enrich, de quien ya hemos hablado en Yorokobu, y que propone edificios blandos, disueltos o voladores. Y decididamente imposibles.

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Uno de los edificios blandos de Victor Enrich.

En este artículo vamos a ver algunos de los trabajos del italiano Federico Babina, otro arquitecto que trabaja en edificaciones ficticias. Sin embargo, su aproximación es más juguetona y decididamente más interconectada y más posmoderna.

Babina es arquitecto de carrera pero, como muchos otros miembros de la profesión –y, en realidad, de cualquier profesión-, ha decidido reinventarse y reconvertirse. Así, su actividad más interesante es la que realiza como ilustrador. Actividad en la que mezcla e interrelaciona referencias de distintos ámbitos de la cultura, tanto de la elevada como de la popular. Incluida, claro está la arquitectura.
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El ilustrador italiano crea carteles que expone y también vende desde su web en los que propone edificios, a veces viviendas unifamiliares, a veces bloques de pisos, imaginados desde perspectivas alejadas al mundo de la arquitectura más hermética. Por ejemplo, en su serie ARCHIST (architect + artist), crea casas inspiradas en la obra de famosos artistas plásticos. Desde el Mondrian que vemos aquí arriba hasta Joan Miró o Andy Warhol. El resultado es colorido, divertido y amable, quizá incluso algo naïf; pero siempre enormemente respetuoso con una posible arquitectura.

Una de las referencias más evidentes en las ilustraciones de Babina es el trabajo de Saul Bass. Tanto el uso del color como las siluetas o la tipografía recuerdan a los carteles y los títulos de crédito del diseñador gráfico norteamericano. No es de extrañar, por tanto, que algunas de las series de Federico Babina estén dedicadas al mundo del cine.
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En ARCHISET imagina posibles secciones representativas de algunos de los sets más famosos de la historia del cine, como el de 2001: Una odisea del espacio, el tren de La Soga o el interior de un destructor estelar en Star Wars. De igual modo, en ARCHICINE, plasma con su particular estilo, tan retro como sugerente, edificios de especial importancia para las películas en los que aparecen. Quizá el ejemplo más interesante sea el de Dogville, donde la representación de la casa (con líneas de tiza sobre fondo negro) se ha tomado directamente de la propia referencia fílmica.

Babina también dibuja carteles con referencias exclusivamente arquitectónicas, aunque siempre con un giro que va más allá de la mera representación. Es buen ejemplo la serie ARCHI_PORTRAIT, donde dibuja retratos de famosos arquitectos basándose en el estilo, las formas y las siluetas de sus propios edificios. Es divertido ver la cara de Mies van der Rohe dibujada como la planta del Pabellón de Barcelona o el Gherkin de Londres camuflado como la nariz de Norman Foster. También es muy divertido el ARCHIBET, donde el ilustrador crea una tipografía en la que cada letra es un edificio, y además es la inicial del arquitecto que lo construyó.
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Con todo, quizá la serie más interesante –y también más cachonda- que Babina ha realizado hasta el momento posiblemente sea ARCHIMUSIC. Porque las referencias parecen tan distintas como la música y la arquitectura. Dos disciplinas artísticas que trabajan en dimensiones y con sentidos a priori completamente independientes: el tiempo y el oído; el espacio y la vista. Pero Babina ataca esta posible dificultad siempre desde una perspectiva dicharachera.

Dice el ilustrador italiano que «la idea no se trata solo de identificar al músico con su silueta o con su imagen, sino también intentar reflejar como sería un edificio inspirado por una canción suya». Lo cierto es que, a veces, los trazos de la fachada se asemejan a la evolución de las notas que la inspiran. Pero en otros casos sí que parece un ejercicio de identificación: la trompeta de Miles Davis, la peluca blanca de Johann Sebastian Bach, los forjados del edificio de Joy Division que pulsan igual que la portada de Unknown Pleasures.

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La casa de Radiohead sobre las notas de «No Surprises» y junto a la portada de «Hail to the Thief».

Pero hay algo más. Sí, siempre hay algo más. Porque como dijimos al principio, Federico Babina es enormemente respetuoso con las arquitecturas que propone. Y así, disfrazado de canciones arquitectónicas o de edificios que se parecen a portadas de discos, el ilustrador nos cuela arquitectura de calidad. Porque la casa de Pink Floyd tiene la chimenea de Battersea, pero también es la fachada de Muuratsalo de Alvar Aalto mezclado con el edificio The Whale, que Architekten Cie construyó en Ámsterdam.

Las casas de The White Stripes son rojas y negras, como lo son Jack y Meg White, pero también es la Capilla de San Ignacio de Steven Holl. Y es muy divertido comprobar que la pata de hormigón y el giro de la fachada del Florey Building que James Stirling levantó en Oxford en 1971 se mimetizan con las icónicas caderas de Elvis Presley.
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Y así, las ilustraciones de Federico Babina se convierten en un divertido juego para el aficionado a la arquitectura, en el cual encontrar  la forma o la silueta del edificio que el dibujante ha tomado como referencia. Pero también —y quizá esto sea lo más importante— los carteles sirven para que cualquier persona que disfrute de ellos se acerque a la arquitectura de una manera más amable, más juguetona. Y acabe aprendiendo casi sin quererlo, en un disfraz. Porque él creía que solo eran gatos, pero Babina le dio una hermosa liebre.

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