Tu madre te lo repetía a diario porque a ti, eso de hacer la cama sabiendo que luego la ibas a volver a deshacer, te parecía un esfuerzo innecesario. Y, sin embargo, pocas cosas tan sencillas como una cama bien hecha pueden proporcionarnos tanta sensación de bienestar.
Quizá tu madre tuviera razón y recomponer el lecho donde duermes debiera ser tu primera acción del día. Es solo una cuestión de rutina, de hábitos. Pero hacer la cama o no puede influir mucho en cómo va a transcurrir el resto de tu día.
No hay una manera convencional de hacerla salvo si se pertenece al ejército o si se trabaja en un hotel o en un hospital. Cualquier militar como cualquier camarera de piso o auxiliar de enfermería saben cómo debe prepararse la cama perfecta y no es difícil encontrar en internet guías con detalladas instrucciones. Westwing o WikiHow son solo dos ejemplos.
En el hogar, sin embargo, arreglar la cama es más una cuestión de cómo nos enseñaron nuestros padres y de nuestra propia habilidad y/o manía. Ni siquiera las guías para ser una esposa perfecta publicadas en el siglo pasado que hemos podido consultar hacen mención a cómo debe hacerse esta tarea.
Parecía que lo de hacer la cama era algo innato en la mujer, una labor que se transmitía de madres a hijas hasta que el feminismo dio un golpe en la mesa y las labores domésticas pasaron a ser también cosa de hombres (o, al menos, en eso estamos).
Lo cierto es que este mueble del que ya nos sería muy difícil prescindir puede decir mucho de nosotros, de nuestra personalidad. A un psicólogo le aportará indicios de si sufres depresión o eres una persona obsesiva del orden. Ha inspirado a artistas y ha servido de base para movilizaciones pacifistas. Y hay quien afirma que el simple hecho de adoptar la rutina de hacer la cama por las mañanas puede ser la palanca que cambie el mundo.
En el principio fue la paja
¿Por qué decimos «hacer la cama» si no la desmontamos por las noches como si de un Lego se tratara? Por lo mismo que decimos «tirar de la cadena» cuando descargamos el agua de la cisterna del váter aunque baste con pulsar un botón: porque en su origen sí se hacía así.
Hubo un tiempo en el que eso de hacer la cama debía interpretarse en un sentido literal. Algunas fuentes hablan de la época del Imperio Romano y otras sitúan su origen en la Edad Media, pero la manera de construir un lecho sobre el que descansar era prácticamente la misma.
Entonces se dormía sobre jergones rellenos con paja (o directamente sobre un montón de ella) que se colocaban en el suelo sin mucha más parafernalia. Cada día, al levantarse, era necesario vaciarlos y poner a secar su relleno para evitar la humedad o destinar la paja a otros menesteres. Así que todas las noches había que hacer la cama de nuevo literalmente.
De ese proceso parece tener también origen la expresión hacer la cama a alguien, en su sentido de engañar, de prepararle una jugarreta. Si en lugar de solo paja, metían también algunas piedras, la gracia estaba servida y la frase que seguimos usando hoy para hablar de juego sucio también.
Igual de graciosa era la famosa petaca, esa broma cuartelera que se gastaba haciendo la cama de algún incauto doblando las sábanas de tal manera que le resultara imposible meterse en ella, al menos completamente estirado.
La cama puede ser también tu oficina
Uno de los primeros consejos que se pueden dar a quien decide trabajar desde su casa es salir de la cama. Sin embargo, grandes figuras como Leonardo Da Vinci, Mark Twain o Scott Fitzgerad han creado muchas de sus obras o han tenidos sus mejores ideas pegaditos a las sábanas.
Ramón María del Valle Inclán y Vicente Aleixandre, por situarnos en suelo patrio, trabajaban desde la cama debido a su delicada salud. El genial gallego escribía acostado las cuartillas que luego clavaba con chinchetas a una tabla para que su mujer las ordenara y transcribiera. Aleixandre, premio Nobel de Literatura en 1977 y miembro de la Generación del 27, también se vio obligado a convertir su dormitorio y su propia casa en lugar de trabajo y recepción de visitas.
Se dice que una vez fue un equipo de televisión sueco a rodar un reportaje sobre él después de ganar el Nobel, y uno de los reporteros le pidió grabarle en su lugar de trabajo. «Me temo que no va a poder ser, usted me disculpará, pero es que yo escribo siempre en la cama», respondió amablemente el viejo poeta.
Paul Bowles también pasó los últimos años de su vida tumbado en una cama. Allí recibía pacientemente a las visitas, gente a menudo desconocida, esperando como él mismo confesó a la escritora Nuria Barrios, la muerte.
Truman Capote se describía a sí mismo como «un escritor completamente horizontal». «No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o estirado en un sofá y con un cigarrillo y café en la mano».

Edith Wharton, la autora de La edad de la inocencia, usaba el dormitorio y la cama como despacho. Allí pasaba largas horas escribiendo y tirando las páginas al suelo según las iba terminando, de donde las recogía su secretaria para ordenarlas después y mecanografiarlas. Incluso en la cama se entregaba a su gran afición: la lectura.
Y el guionista Gérard Brach, colaborador habitual del director de cine polaco Roman Polanski en películas como Tess, Repulsión o El baile de los vampiros, entre otras, apenas salía de la cama ni de su casa porque padecía agorafobia. Hasta el punto de que eran los directores que querían trabajar con él quienes se trasladaban hasta allí para dar forma a los proyectos.
La cama, objeto artístico e icono pacifista
En arte convirtieron sus lechos artistas como Van Gogh, que inmortalizó en varios cuadros su modesta cama de la habitación de Arles donde se alojaba; y la británica Tracey Emin, cuya cama revuelta y sucia quedó convertida en obra artística en lo que ella misma definió como «una obra de arte confesional».
My bed surgió de manera casual. Tras una ruptura sentimental, la artista entró en una tormentosa espiral de depresiones y alcohol. Cuando despertó tras varias noches de borrachera, comprobó con asco su propia cama. Sin embargo, aquel revuelto de sábanas sucias, colillas y botellas vacías se había convertido en obra de arte. Una obra de arte que se vendió en una subasta de Christie’s en 2015 por 2,5 millones de libras (3,2 millones de euros).
Aunque si hay un icono mundial esas fueron las camas que John Lennon y Yoko Ono convirtieron en símbolos de la lucha pacifista en 1969, protestando en pijama y sin más aspavientos contra la Guerra de Vietnam.
De esta manera los objetos humildes que nos rodean pueden convertirse en Historia, con mayúsculas. Conviene, pues, cuidarlas y dedicarles ciertas atenciones.
La cama deshecha da mala suerte y otras supersticiones
El hombre es un ser racional hasta que se le cruza un gato negro por delante y entra de lleno en el terreno de la superstición y la insensatez. La cama tampoco se libra de tener sus propias falsas creencias y tradiciones.
Por ejemplo, se dice que no hacer la cama trae mala suerte. Pero hacerla de cualquier manera tampoco es garantía de buena ventura. Es más, una vez que empecemos a hacerla, no debemos ser interrumpidos, no podemos estornudar y debemos vigilar para no poner las sábanas al revés.
Hacer la cama a unos recién casados al día siguiente de la boda era el primer paso que tendrían que dar dos solteras para casarse al año siguiente. Lo del ramo, se supone, sería un plus en ese sorteo de matrimonios.
La colocación de la cama en la habitación también es objeto de maldiciones o, como poco, de desarreglos en el sueño. Así, el cabecero de la cama debe estar orientado al norte o hacia el este.
Tampoco deben estar cruzadas con respecto a las corrientes subterráneas de agua. Y muy importante: no se te ocurra dormir con los pies mirando hacia la puerta. Es el peor de los augurios. Ten en cuenta que en esa posición se colocaba a los muertos en el velatorio para que fuera más sencillo sacar el ataúd de la casa.
Una de las cosas que sugieren los expertos en orden es lavar las sábanas al menos una vez a la semana. Pero, ojo, porque la tradición dice que no debes hacerlo los últimos doce días del año si no quieres caer enfermo. Tampoco se te ocurra hacer la colada el viernes, porque vendrá el diablo, que no tiene otra cosa que hacer, a controlar tus sueños durante una semana entera.
La lista de supersticiones sobre la cama es prolija. Si quieres pasar un buen rato leyendo qué no debes hacer y qué sí para atraer la buena suerte mientras haces la cama, echa un ojo a este enlace.
Razones para hacer la cama todos los días
Si una mañana sales corriendo de tu casa porque llegas tarde a trabajar y dejas la cama sin hacer, ¿te caerá una maldición y tendrás un día de mierda? Seguramente no, no conviene exagerar. Esas cosas solo podrían molestar a tu madre y tú ya vives solo desde hace tiempo. Pero psicológicamente sí te sentirás mejor si dedicas unos minutos cada mañana a hacerla.
En primer lugar porque será el primer logro del día. ¿Quién no quiere empezar su jornada con un éxito, aunque sea pequeño? Si después todo sale mal y tu jefe te abronca por inútil, al menos te queda la satisfacción de saber que tu cama está hecha. Nunca está de más tener un clavo al que agarrarse cuando las cosas se tuercen.
Si el dinero llama al dinero, el orden llama al orden. Un cuarto limpio y ordenado empieza por una cama bien hecha. Hacer la cama invita a seguir recogiendo el cuarto y la casa, por extensión. Total, ya puestos…
El orden, además, hace que nos sintamos mejor, más cómodos y relajados. Así que tu nivel de estrés puede disminuir si en ese orden incluimos un catre bien dispuesto. Y si no estás estresado, tu productividad aumenta.
La psicóloga y coach Eva Hidalgo aseguraba en un artículo publicado en El País que un hábito como hacer la cama podía favorecer el concepto que tenemos de nosotros mismos, subir nuestra autoestima. Además, marca el momento en el que se acaba el descanso y empieza la actividad. O lo que es lo mismo, nos ayuda a activarnos.
«Empezar el día haciendo la cama nos ayuda a fomentar la sensación de tener la capacidad de organizarnos», afirmaba Hidalgo. Y, a modo de conclusión, recomendaba a las personas con baja autoestima adquirir «este tipo de hábitos para mantener una cierta regulación de su tiempo y espacio, evitar la apatía y trabajar la capacidad de control de su vida».
Pero hacer la cama nada más levantarse puede no ser una buena idea
Contrariamente a lo que dicen tu madre y estas teorías que acabamos de enumerar, hay estudios científicos que aseguran que eso de hacer la cama todas las mañanas puede ser perjudicial para nuestra salud.
La cama en la que dormimos es un criadero de vida microscópica, más en concreto ácaros. Y estos bichejos son los responsables de las alergias. Según un estudio de la Universidad de Kingston (Londres), colchones, edredones, sábanas, peluches… son el caldo de cultivo ideal para los ácaros porque registran una temperatura y humedad ideales para su supervivencia.
Explicaba el director del estudio, Stephen Pretlove, que no hacer la cama favorece que las sábanas y la ropa que la cubre se aireen y, por tanto, se sequen. Esa deshidratación de su hábitat provocaría que los ácaros murieran. Conviene, pues, dejar que la habitación y el lecho se ventilen al menos un ratito.
Pero no cantemos victoria antes de tiempo. Según recogía el diario El País en ese mismo artículo, un portavoz de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología (SEAIC) no estaba tan de acuerdo con esa conclusión.
«Los dos grupos de alérgenos inductores de alergia respiratoria a los ácaros pertenecen a las proteínas del citoesqueleto (el caparazón de los ácaros) y a las proteínas digestivas contenidas en las deyecciones o excrementos de los mismos, las cuales seguirán presentes en colchones y almohadones, incluso después de su muerte. Por tanto, desde la SEIAC ponemos en duda que esta medida pueda erradicar alergias», concluía.
Una tarea sencilla que puede cambiar el mundo
Así lo veía el exalmirante de los Navy SEALS y hoy rector de la Universidad de Texas William MacRaven. Durante un discurso para una de las promociones de esa universidad en 2014, MacRaven afirmaba: «Hacer la cama todas las mañanas supone completar con éxito la primera tarea del día. Ese gesto tan sencillo os dará una pequeña razón para sentiros orgullosos, y afrontar la siguiente tarea del día, y la siguiente…».
En su opinión, esa simple acción, el estirar cuidadosamente las sábanas, colocar las almohadas en su lugar correcto con precisión militar, le hacía sentirse orgulloso y le estimulaba para seguir realizando otros trabajos.
«Hacer la cama también es una forma de recordar la importancia que tienen los pequeños detalles en la vida. Si no sois capaces de hacer bien las pequeñas cosas, tampoco seréis capaces de hacer bien las grandes», afirmaba en su discurso.
Y concluía: «Por otra parte, si vuestro día ha sido horrible, al menos, cuando volváis a la cama, la encontraréis hecha con la promesa de que mañana será mejor. Si queréis cambiar el mundo, empezad haciendo la cama».
Quizá tu madre tenga razón después de todo. Vuelve a tu cuarto y haz la cama.
Lo que yo digo…
Los pequeños hábitos son los que determinan nuestro destino. El primer hábito que aconsejor es al despertar (abrir los ojos). Ese momento es mágico si lo sabes aprovechar. Depende de cómo decidas abrir tus ojos, será tu día. Si lo haces con gratitud por estar vivo, tendrás un día mejor que si lo haces insconscientemente y con mal humor.