Karl Popper fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, pero también es una sustancia vasodilatadora que hipersensibiliza el ano y amplifica las sensaciones sexuales hasta el desmayo, motivo por lo cual ha sido prohibida en España. Sin embargo, en el Reino Unido se vende junto a las cajas de chicles, en cualquier tienda regentada por pakistaníes (que, por otra parte, se niegan a despachar alcohol por razones religiosas).
Bajo la poca atractiva denominación de “odorizer” (léase “ambientador”) y por un precio casi unánime de 5 libras, en cualquier grocery store británico se pueden comprar unos coquetos frasquitos que indican claramente en sus etiquetas que el producto sirve para ser abierto y dejado sobre la mesilla de noche, y “en ningún caso” inhalar directamente. Para el connaiseur, esto significa sin lugar a dudas: “inhalar directamente”. De igual manera que en las latas de Red Bull se desaconseja su consumo combinado con bebidas alcohólicas…
Quien esto escribe y otro colaborador de Yorokobu (cuyo nombre no revelaré para que pueda conservar su empleo y sueldo) hicimos el trayecto ferroviario entre Glasgow – Edimburgo provistos de un par de estos frasquitos, y cada ciertos minutos “Snif!!!!”. Y ja, ja, ja, y la cara roja, y ay qué risa, y ay qué mareo…
La creciente embriaguez y lo divertido de la situación nos llevaron a ofrecer nuestros botecitos mágicos a algunas empingorotadas pensionistas que viajaban plácidamente, y que decían, tras unas risitas culpables: “Ahhhh””, odorizer!!, ha, ha, ha, yeah!”, y metían toda su egregia nariz en el frasquito, para ponerse después coloradas y estallar en carcajada incontrolable. Ni una sola declinó la invitación, aunque tampoco nos consta qué cosquilleos bordeaban sus esfínteres septuagenarios.
Pronto todo el vagón se convirtió en un manicomio sobre ruedas, y cuando el revisor comenzó a pedir los billetes a las señoras, los mochileros, los ejecutivos que regresaban a casa (era viernes por la tarde) y algún turista despistado, todos ellos bajos los efectos de nuestros frasquitos mágicos, mi amigo y yo fingimos sumergirnos en la lectura de The Times, eso sí, con la cara colorada y unas ganas tremendas de hacer cualquier inconveniencia.
Todo esto no pasaría de ser una anécdota si en España, la Guardia Civil no hubiera intervenido popper, en cuatro sex shops de Barcelona para después imputar a cuatro personas por un delito contra la salud pública.
Volviendo al filósofo austriaco, el bueno de Karl sostenía que para que una hipótesis sea científica es necesario que se desprendan de ella enunciados observables y, por tanto, falseables, de modo que si éstos no se verifican, la hipótesis pueda ser refutada. Esto no es lo que parece haber hecho La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), dependiente del Ministerio de Sanidad, quien ordenó la retirada del mercado de los frasquitos de popper ya que “incluyen sustancias ilegales, algunas ni siquiera declaradas en la etiqueta.”
Dada su elevada volatilidad hay que inhalar al filósofo en poco tiempo, pues de lo contrario aparecen unos hongos blanquecinos que podrían sentarnos mal.
Y, ya saben, la salud es lo primero.
—
Antonio Dyaz es director de cine
Foto: LSE Wikimedia Commons