Un tipo aparece vestido de operario en una calle de la ciudad de Nueva York. Casco, gafas, herramienta y chaleco reflectante. Es un restaurador ilegal, porque toda la parafernalia se la ha puesto en su casa. Exactamente el tipo de profesional que requiere la recomposición de una obra ilícita del incógnito Bansky.
La estrella sin nombre de pila ahora tiene ángeles de la guarda y hablan con acento neoyorquino. El pintón de Bristol (Inglaterra) está en la Gran Manzana. Esta vez se ocupa de que los muros estadounidenses se sientan acosados por la concienciación pictórica de sus sprays cargados. La intervención se llama Better Out Than In, pero ese no es el caso. La historia es que, por diversos motivos, sus obras están siendo boicoteadas:
Firmas sobre sus dibujos, bandas que privatizan su visión, dueños de paredes que se deshacen de unas pintadas garantizablemente revendibles… La misión del inglés tiene enemigos. Lo que no sabían esos perjudicadores es que no serían los últimos en reír. Pasa que existe un tipo enmascarado tras unas gafas de operario y otros tantos vengadores dispuestos a brindar sus dotes pictóricas, mediáticas o instagramáticas al servicio del honor del artista.
El hombre vestido de restaurador de muros no es más que un ciudadano anónimo que ha acudido hasta uno de los dibujos que ha realizado estos días Banksy para recuperarlo de las firmas y desperfectos que otros grafiteros habían sobrepuesto sobre la ilustración. Él solo quiere que “Banksy sea respetado”, y que sus hijos “puedan disfrutar de esta obra sin que nadie la estropee”.
Aerosol negro en mano se tomó la libertad de deshacer las pintadas que había sobre los trazos de la eminencia, algo que agradecieron los transeúntes que le vieron trabajando: “A Banksy no le importa, así que lo hice”, dice en el vídeo colgado en Youtube el reparador-vengador esporádico.
La defensa de Banksy se ramifica en muchos frentes. No solo están los restauradores, que ahora han llamado a su división Banksy Restoration y planean mantenerse en el anonimato tanto como les sea posible. Otros ciudadanos sin mombre también se han juntado para frenar la escalada de sabotajes. Hay incluso quien duda que sea el propio Banksy el que esté detrás de ese espontáneo ejército de defensores.
Por ejemplo, algunos subieron a internet cazadas in fraganti de las fechorías que pintadores como Omar NYC hacían sobre las ‘fechorías’ de Banksy. Omar fue captado dañando la intervención del globo rojo donde realizaba una firma fugaz junto a la pintura original del autor. Desde que se publicase su pillada los enemigos que se han sumado a la lista de este estropeador se amontonan. Incluso se ha llevado a cabo su ilustrado ahorcamiento público en Instagram -por supuesto, atado del propio globo que trató de injuriar-, y hasta el dueño del muro, sufridor de un Síndrome de Estocolomo muy cómodo de sobrellevar, ha protegido la obra del forajido internacional con plexiglás para que no vengan más proscritos sin caché a re-vandalizarla.
Los efectos secundarios que está provocando la visita de Banksy a Nueva York van en ascenso. Un reportaje de TCLY los clasifica y los documenta por tipos: unos pandilleros con cara de pocos amigos decidieron cubrir uno de sus dibujos con cartones para cobrar por la vista. Hay gente que ha publicado fotos de la posible identidad de Banksy tras ser sorprendido en uno de sus trabajos; otros han destruido los muros donde había pintado y algunas obras han sido directamente eliminadas a brochazos.
Entre los trazos que han acabado en el encuadre correcto están los que han guardado debajo del colchón los dueños de una puerta pintada en Greenpoint, -después de un rato de ser admirada fue retirada, una decisión que privatizó su existencia pero que conservó intacta la creación de la acción de los enemigos grafiteros-; y también los ejemplares que se llevaron a casa las ocho personas que compraron por pura casualidad un Banksy original a 60 dólares durante la muy comentada acción del artista en Central Park. La razón de la ganga fue que él mismo había preparado un puesto en el parque regentado por un anciano bajo el único anuncio de “Spray Art”.
Banksy sigue levantado pasiones allá por donde hace desfilar su incógnita entidad. Quizás hasta haya creado un vicio: hay enmascarados con botes en las cartucheras que no piensan dejarle salirse con la suya. Y ahora también hay enmascarados que andan al acecho de los enemigos del enmascarado artista.