¿Madalena o magdalena? Grupos consonánticos que nos vuelven locos

La decisión del alcalde parecía firme. El proyecto urbanístico que se iba a llevar a cabo en el pueblo sería aquel que contara con más votos después de someterlo a un referéndum popular. Se abrieron las urnas, el pueblo acudió a votar y se celebró una vez más la manida fiesta de la democracia con la que tanto se llenaban la boca las autoridades políticas de la ciudad. Pero no iba a ser todo tan fácil como pudiera parecer.

Enseguida llegaron los comentarios de los expertos en arquitectura: el proyecto elegido por el pueblo era inviable porque no respetaba el antiguo trazado diseñado por los primeros pobladores del municipio. El alcalde no sabía qué hacer al respecto: ¿escuchar al comité de sabios o cumplir lo dictado por sus conciudadanos en las urnas? Volvió a someterlo al criterio popular, esta vez preguntando solo a sus representantes en el ayuntamiento, los concejales. Y aquí volvió a haber opiniones contradictorias.

Unos decían que el pueblo es soberano y había hablado, así que debía respetarse el proyecto urbanístico original. Otros, sin embargo, apoyaban la rectificación de los expertos, que para eso eran expertos.

El enfrentamiento saltó del pleno del Ayuntamiento a la calle y empezó el rifirrafe. No es que llegara la sangre al río, pero digamos que la tensión entre los habitantes era palpable. Discusiones familiares, amistades de años deshechas en minutos, todas las fachadas del pueblo manchadas de pintadas a favor y en contra… El caos.

Ante la situación de enfrentamiento que bullía en el pueblo, el alcalde tomó una decisión: aunar en un nuevo proyecto lo mejor de cada opción y dar la orden de empezar a llevarlo a cabo sin someterlo a ninguna otra votación ni opinión. Y cuando alguien le tachó de antidemócrata y dictador, en lugar de mandarles a tomar por saco, que es lo que el cuerpo le pedía, solo fue capaz de pronunciar: «Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde. Y punto».

Extrapolando el tema de la democracia popular frente a la opinión de los expertos, digamos que en el caso de madalena y magdalena, quedó en un fifty-fifty, o dicho de otro modo, ni para ti ni para mí: habla popular y habla culta han llegado a un acuerdo y ambas formas son correctas. Es más, la propia habla culta prefiere la forma madalena frente a magdalena.

La RAE explica que nuestra lengua se rige por un criterio fonológico, es decir, que debe escribirse lo que se pronuncia y pronunciarse lo que se escribe. El modelo que debe seguirse, dice, es el que determine el habla culta estándar. Y en esta ocasión, incluso a ella le ha parecido más cómodo simplificar ese grupo consonántico que respetarlo.

Por tanto, lo que te desayunas todas las mañanas son madalenas, que recién levantados no tenemos la lengua para florituras. Pero no estarás cometiendo ningún atentado contra el idioma si te levantas fino y prefieres quedarte con las magdalenas. Esto mismo ocurre con otros grupos consonánticos como oscuro y obscuro (¿quién demonios pronuncia todavía obscuro?) o posmoderno y postmoderno.

Ahora bien, no todo el monte es orégano. Hay otros casos en los que te vas a comer con patatas el grupo consonántico quieras o no. Un ejemplo, constipar (no, no vale –todavía– *costipar). Ante la duda, di mejor que te has resfriado y se acabaron tus problemas. Pero, tranquilos, que ya lo dice el refrán: arrieritos somos y en el camino nos encontraremos.

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Patrick Thomas

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