Mamá, de mayor quiero ser menor

23 de abril de 2012
23 de abril de 2012
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En la madrileña calle Atocha, inagotable fuente de inspiración para el observador esquinado, puede leerse en un par de establecimientos “Niñas al Mayor”. Tras la sorpresa uno deduce que es una tienda mayorista que vende ropa infantil para niñas. El ahorro ortográfico conduce al abismo moral.

En “Eyes wide shut” (Stanley Kubrick, 1999) resulta impagable la escena en la que una lolita retoza con ejecutivos en la trastienda de un vendedor ruso de disfraces, que resulta ser su padre… La niña aparece con el lapiz de labios mal aplicado, o quizá desdibujado por un buen trabajo oral.

Si mal no recuerdo, la verdadera Lolita del inmenso Vladimir Nabokov tenía unos 11 años, trece al terminar la trama. Lo que Nabokov denomina “nínfulas” son niñas impúberes con promesas carnales en la mirada, lo que le costó no pocos requiebros en su atribulada biografía, incluida la prohibición del libro en EE.UU… Sería también Kubrick quien tradujese a la gran pantalla la novela que hoy no podría escribirse sin enfrentarse a ligas feministas, asociaciones de padres aburridos y otras lacras del bien pensar. Lo haría en 1962 y James Mason insuflaría vida a Humbert Humbert, ese profesor crepuscular hipnotizado por la sensualidad de la pequeña. La anodina versión de Adrian Lyne (“Lolita”, 1997) interpretada por Jeremy Irons sigue sin atreverse a mostrar las cosas como son, pues la clave de la historia radica en que Lolita es una niña, no una adolescente. Hay un mundo hormonal entre ambas palabras. El código penal simplemente traza una línea, pero la biología es otra cosa.

El ya histórico “¡Si es que las visten como putas!” que espeta Santiago Segura en “Airbag” (Juanma Bajo Ulloa, 1996) ha pasado a formar parte de nuestro ideario colectivo. Pero si invertimos esa situación llegamos a Michael J.Fox luchando por no crecer jamás, y parecer cada vez más joven, incluso a costa de su salud mental.

Todos quieren ser menores, ya que comporta indudables ventajas, como la falta de responsabilidad y los desajustes de comportamiento, que se disculpan por tener una edad difícil. Miren si no a Berlusconi o a Tom Cruise.

Me preocupa más la infantilización de los adultos que el ingreso precipitado de los menores en el universo de los mayores, pues a la larga es un problema que nos afecta de manera más directa.

Paris Hilton y Britney Spears han dado paso a una nueva legión de eternos niños, como Justin Bieber. Tarde o temprano sus vidas se quiebran como un vaso de cristal. Ya le sucedió a Shirley Temple y a muchos otros. Las niñas quieren ser princesas, pero es aun más grave que las princesas quieran ser niñas.

Los Rolling Stones, Charlie Sheen, Robert Downey Jr. o Ana Obregón parecen atrapados en un bucle infinito en el que la cirugía plástica parece haber retirado de sus cuerpos no solo grasa y arrugas, sino esa parte del cerebro que nos hace tomar conciencia de quiénes somos.

Hasta hace poco el enfermizo Partido Pederasta era legal en Holanda, y promulgaba entre sus principales postulados rebajar la edad de consentimiento sexual de los 16 años a los 12, que es precisamente el punto de vista de Humbert Humbert. Esta formación (mayoritariamente de hombres rijosos) que escandalizó al mundo defendía que los adultos puedan tener sexo con los menores como parte de su aprendizaje, y aducían razones antropológicas, pues ejemplos no faltan en multitud de culturas.

En definitiva, se escamotea a los niños el poder vivir como tales, y cuando crecen y creen tener control sobre sus vidas eligen recuperar aquello que les fue robado.

El Roto lo resumió muy bien en una de sus más aceradas viñetas, donde un señor gritaba a un mocoso:

– ¡Espabila chaval, que la infancia no existe!

Foto: Daily Telegraph 1917 wikimedia commons

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