Política galáctica para el mundo real

23 de noviembre de 2012
23 de noviembre de 2012
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La buena ficción siempre tiene una buena semblanza con la realidad. No es una cuestión de verosimilitud, sino de contar la realidad desde un punto de vista irreal. Así, ‘El señor de los anillos’ sería en verdad una interpretación de la Primera Guerra Mundial en la que los hobbits eran en perezosos británicos, la última de Batman lanzaría un guiño a Occupy Wall Street y la última trilogía de ‘La guerra de las galaxias’ sería una reinterpretación de la caída de Roma. Pero cuidado, algunas ficciones son demasiado reales.

«Cuando dejemos de creer en la democracia, entonces la perderemos». A ver si adivinas quién dice esta frase, tienes un punto y seguido más de margen ¿Nada? No, no es un político, ni un líder de opinión. La dice ni más ni menos que Amidala en el Episodio II de ‘La guerra de las galaxias’, la de ‘La guerra de los clones’. Lo dice cuando ha dejado de ser reina de Naboo, su planeta, y ahora es senadora en la cámara de representación de la República Galáctica, el sistema de Gobierno bajo el que se desarrolla la primera trilogía -la más reciente- de la obra más famosa de George Lucas. Sí, voy a volver a hablar de ‘La guerra de las galaxias’. Lo siento.

La trilogía original, la que a todos nos enamora, fue definida en su día como una ‘fantasía artúrica’. Por decirlo en palabras normales, un cuento de caballeros que luchaban armados con espadas por el amor de una princesa y, ya de paso, por la derrota del mal. La segunda trilogía, la más moderna, la que a pocos enamora, es una especie de pastiche histórico de profundo contenido político. Mitad de la historia de Roma, un poco de novelas artúricas por allá y unas gotitas de discurso buenista -que encaja perfectamente con Disney, nueva dueña de los derechos de la franquicia-.

La historia comienza con la flamante República Galáctica, una estable forma de Gobierno en la que la paz y la prosperidad han florecido en un conjunto de miles de sistemas en el que conviven otras tantas especies alienígenas. En tan idílico paisaje no cabe un ejército porque con la presencia de los Jedi, una especie de guardia de élite encargada de mediar ante posibles conflictos, basta. Esta élite policial es tan buena y poderosa, tan sabia, que no hace falta más.  Todo ese mundo se rige por el Senado, donde cada planeta tiene representación equitativa y, bajo el mando de un canciller supremo -humano, claro-, se dirimen los problemas.

Pero, como en todos los cuentos, la historia tiene otras caras. Más allá de los límites de esta república hay planetas en los que existen los esclavos, las apuestas y la extorsión son las únicas formas de sobrevivir.

Como todo protagonista tiene su antagonista, ahí están los sith. Se supone que son lo contrario de los jedi, los malos. Aquí la maldad no viene por su poder, ya que sólo puede haber dos sith cada vez -un maestro y un aprendiz-, sino por la astucia de sus planes. El maestro sith resulta que es un senador que representa a Naboo, ese pequeño planeta antes citado, y urde un plan para terminar con la república tras actuar en dos líneas: primero, someter a unos ricos cobardes -la federación de comercio- para causar un problema -el bloqueo e invasión de su propio planeta- y, además, iniciar una campaña de imagen entre el resto de senadores.

El último paso del plan maestro de Palpatine, que así se llama el malo, es promover una moción de censura contra el canciller supremo porque éste no actúa con decisión para defender Naboo. El asesinato del César. «Mira», le dice a Amidala, «empiezan a actuar los burócratas y ahora es cuando todo el poder del canciller Valorum se desvanece», le dice para convencerle. Los «burócratas» son dos que susurran al oído del canciller antes de cada decisión, una especie de poder en la sombra que impide al líder político actuar.

Un Parlamento corrupto e incapaz de actuar, un sistema aparentemente próspero pero con grandes diferencias entre ricos y pobres, unos poderes no electos que impiden a los líderes actuar… ¿te suena? Cambia la palabra «burócrata» por «mercados», por poner un ejemplo, y tendrás tu respuesta. La moción de censura triunfa y Palpatine logra ser investido gracias a su campaña de imagen: ante una situación de crisis la búsqueda de respuestas abona el terreno para que cualquier forma de populismo pueda calar.

Con Palpatine ya gobernando Amidala deja de ser reina de su planeta y pasa a ser senadora. El paso de la monarquía a la república, como en la Antigua Roma. Y, como en la antigua Roma, los conflictos fronterizos se convierten en el principio de su fin. En esta ocasión (el ya canciller) Palpatine tiene a otro sith a su cargo -el primero lo perdió-, que es la imagen del tránsfuga idealista. «Dooku es un político idealista, fue un jedi, nunca sería un asesino», dice Mace Windu, un jedi, para descartar que el tal Dooku esté tras una revuelta independentista en las afueras de la república.

Pero se equivoca. Efectivamente Dooku es el nuevo aprendiz de sith. Un antiguo y poderoso jedi que lucha contra la república y argumenta ante Obi Wan Kenobi que su revuelta responde a que la república está corrupta y es el Lord Sith el que la gobierna. Me perdonaréis, pero un «Ocupa el Congreso» en toda regla: luchemos contra el sistema porque no nos representa, está mal gestionado, es injusto e incapaz de actuar. Claro, lo que no cuenta el tal Dooku es que él está de su lado, por idealismo o por maldad. La cuestión es que Dooku lucha por la consecución de una idea que cree mejor.

En la segunda película hay un enorme pastiche histórico con la Antigua Roma. Carreras de cuádrigas a lo ‘Ben-Hur’, un circo donde leones alienígenas se intentan comer a los cristianos-jedi… De todo. Pero lo que hay además es el relato de la caída de la república y el advenimiento del Imperio, un régimen autoritario y fuerte que mantenga unida y cohesionado a un territorio con riesgo de escindirse. Pero para lograr tal control hace falta algo más: un ejército galáctico, unos antidisturbios que protejan mi Congreso.

La escaramuza cantonal de la república sirve para que se imponga la creación de un ejército que controle la insurrección, y ese es precisamente el inicio del fin. Con otro pastiche histórico se recrea la triste historia de la limpieza étnica a causa del señalamiento político: para ocultar un problema propio se señala a un enemigo externo, un enemigo común contra el que dirigir el odio y que será el culpable de todo. La última pieza del ajedrez de la dominación es criminalizar a los protectores del sistema, los jedi, y asesinarlos. Nada más peligroso que enmascarar bajo el apelativo de la ‘clase política’ a todos los políticos, corruptos o no, trabajadores o no, y responsabilizarles de todos los males.  Con ese movimiento muere la república y nace el imperio.

El resto, la conjunción de círculo. Los jedi son masacrados y el emperador galáctico, un Palpatine al que se le cae la máscara, sólo necesita un nuevo lugarteniente. Ahí es donde entra el trasfondo psicológico de la trilogía: la conversión de Anakin, un niño bondadoso, en un adolescente prepotente y ambicioso y, finalmente, un adulto atormentado que quiere ser el más poderoso y aniquilar a quienes se interpongan en su camino. «Bueno, no vería mal una dictadura si eso sirve», llega a decir a Amidala, su pareja, sonriendo, poco antes de asesinar a un poblado entero de criaturas que secuestran y matan a su madre. La negación de la democracia, el cuestionamiento del sistema en pos de una mayor efectividad ante los problemas.

El emperador dispone las piezas para que Anakin pase de ser un jedi al lado oscuro. Le convence de que los jedi son sus enemigos, que no le dejan crecer en poder, que le limitan. Posiblemente él esté también detrás del secuestro y asesinato de su madre, y él es quien le invita a demostrar su verdadero poder asesinando a Dooku. Quiénes si no los medios de comunicación para llevar a los votantes de éste, nuestro mundo, las campañas contra los líderes a derrotar. Señalar a políticos de diversos partidos por cargos de corrupción que nunca llegan a confirmarse, movilizar a favor o en contra de una manifestación. Ahí fuera hay periodistas-Palpatine que susurran a tu oído.

Huérfano de aprendiz, el emperador necesita un brazo ejecutor frente a los jedi. Y será él, Anakin, quien asesine a Mace Windu cuando éste descubre que el emperador es en verdad un sith e intenta asesinarle. Intentando defender al líder de la república lo que hace en verdad es someterse al poder del nuevo imperio. Finalmente Anakin se revela contra su maestro, Obi Wan Kenobi, creyendo que su amada Padme ha muerto. Cae derrotado, pero es rescatado por el emperador, que le recompone, medio hombre y medio máquina, ya como un Darth Vader ejecutor que, en la trología original, acabaría matando al emperador y muriendo con él. «Devolver el equilibrio a la fuerza», que decía la profecía jedi sobre él.

Hemos vivido y superado dictaduras de izquierdas y derechas, de libertadores y militares, a reyes absolutistas y a inquisidores. Hemos visto el auge y caída del comunismo, la negación del capitalismo interviniéndose a sí mismo para rescatar a sus bancos. Vemos tambalearse el estado del bienestar por una crisis que hace peligrar lo público y que ha invertido los flujos migratorios. La profecía de esta democracia aún no ha sido escrita, pero estamos en ello.

Quizá por eso todos tenemos dentro un jedi. En el fondo nos fascina reconocer nuestra historia entre las frases de los guiones fantásticos. No hay mejor fantasía que una buena realidad.

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