Conrad Roset no espera a las musas; las dibuja

7 de marzo de 2018
7 de marzo de 2018
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En la Grecia Antigua eran nueve. Aquellas musas a las que Hesíodo dio nombre inspiraban a dramaturgos, científicos y músicos de la época. Conrad Roset tiene las suyas propias y se cuentan por centenas. Con ellas, dice, «busco la belleza que desprende el cuerpo. Me gusta dibujar la figura femenina».

Las primeras surgieron en la etapa universitaria del ilustrador. De hecho asegura que el proyecto nació con el único objetivo de aprobar una asignatura cuando estudiaba Bellas Artes en Barcelona.

El joven Roset comenzó entonces a subir los dibujos de aquellas mujeres a internet al tiempo que comprobaba la excelente acogida entre quienes las descubrían. «A partir de entonces se convirtieron en mi obra más personal».

Sus gestos, poses y miradas anegan el papel o la pantalla de expresividad. Incluso de misterio. Todo eso sin que medie intencionalidad alguna por parte de su creador: «No pretendo transmitir unas emociones concretas, sino que siempre intento hacer unos dibujos bellos en sí mismos». Aunque reconoce que el resultado de su búsqueda pueda acabar transmitiendo «cierta sensación de melancolía».

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Sus musas nacen de «un trazo directo» lo que provoca que, en ocasiones, su desenlace no quede resuelto del todo. «Muchas veces parecen inacabadas porque en ellas priorizo la espontaneidad del gesto. Nunca borro e intento que el primer trazo sea el válido. No me importa que al final no quede un dibujo perfectamente acabado y cerrado. Me interesa más la frescura que este transmite».

A Roset no le cuesta reconocer que todas esas musas tienen su equivalente en carne y hueso. Se llama Clara y es su novia: «Siempre me ha inspirado».

El halago que supone que comparen su obra a la de Egon Schiele le produce cierto vértigo: «Es un honor, pero me veo muy lejos de llegar a lo que él hizo. Aunque Schiele fue una clara influencia para el proyecto de las musas». También lo fue Claire Wendling a la que descubrió cuando él aún era un estudiante: «Más tarde supe que uno de sus referentes era precisamente Schiele». La lista de artistas influencers de Roset se ha ido completando en los últimos años con nombres como los de Audrey Kawasaky o James Jean, entre otros.

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En la actualidad Roset trabaja como freelance y al hablar de su trayectoria profesional suele destacar un hito: «Los nueve meses que trabajé para Zara fueron esenciales. Me sirvieron, entre otras cosas, para entender que no solo es cuestión de tener un don, sino de trabajar mucho y dedicarle muchas horas».

Una máxima que, sobre todo ahora, no le queda más remedio que cumplir a rajatabla debido a la exigencia del proyecto en el que anda embarcado desde hace unos meses: el videojuego Gris. «Está siendo un poco estresante porque a raíz de él hemos creado una empresa y he tenido que aprender a desenvolverme como un director de arte, a adaptarme a nuevas responsabilidades, ser capaz de gestionar un equipo de personas, etc.».

Un proyecto en el que ha vuelto a encontrarse con su hermano pequeño, junto a quien comenzó a dar rienda suelta a su vocación. «Dibujábamos todo lo que nos gustaba. Él ahora no es ilustrador, pero participa en el desarrollo del videojuego como animador».   

Roset afronta el reto con la perenne taza de café sobre la mesa de su estudio en el Barrio de Gràcia de Barcelona y con el regusto que a uno le deja el saberse estar cumpliendo uno de sus sueños: «Hace algún tiempo, cuando me preguntaban qué proyecto me gustaría acometer en un futuro, siempre respondía que me encantaría poder trabajar en un videojuego».

Y mientras el ilustrador de Terrasa sigue enfrascado en su trabajo, las pantallas gigantes de Callao City Lights , en Madrid, exponen una muestra representativa de sus musas y otras de sus creaciones del ilustrador durante todo el mes de marzo.  

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