No hace muchos años, cuando comenzaron a popularizarse los teléfonos móviles (Motorola en su mayoría), si alguien nos pedía el número les dábamos el del fijo. El móvil lo reservábamos para nuestro círculo más íntimo.
Inicialmente solo los jefazos y aquellos que acudían a sus despachos a las once de la mañana a partir del martes disponían de uno de esos milagrosos dispositivos, que convirtieron a sus poseedores en unos privilegiados. Hacer ostentación del celular en la vía pública o en el taxi o en la puerta de la notaría se convirtió en un símbolo de distinción. Era el objeto que separaba a sus adinerados poseedores del resto de mortales.
Pero no transcurrió ni una década cuando todo ese esquema sufrió un giro copernicano. Hoy día los verdaderos jefes ya no tienen móvil o, si lo tienen, no lo usan en público. Solo los asalariados de la empresa llevan no uno ¡sino dos! celulares en el bolsillo: el personal y el corporativo, ese que debe permanecer disponible 24 horas al día, lo que conlleva la aparición de una nueva forma de servidumbre digital.
Además, si ahora alguien nos pide el número de teléfono le damos el móvil, nunca el fijo, reservado para el círculo más íntimo… O para la publicidad intrusiva de planes de pensiones, portabilidades de telefonía móvil y otras molestias a la hora de la siesta.
Fue en los años ochenta, cuando ni siquiera existía Internet, cuando apareció el SMS que, por si no lo recuerdan, son las siglas de Short Message Service. Sí, pero ¿cómo de short? ¡Qué casualidad, 140 caracteres! Ese 140 es el resultado de dividir 1.120 bits en paquetes de 8 bits (o bien 160 caracteres de solo 7 bits) ¿Les suena? El tuit mató al SMS o, más bien, lo fagocitó. Cuando se superaban los 140 caracteres se iniciaba automáticamente un nuevo SMS (y se tarifaba) y llegaba partido en dos o más bloques al destinatario.
El SMS supuso el fin de los telegramas, tan importantes en la literatura decimonónica y en las novelas de misterio de la primera mitad del siglo XX. Se cobraba por cada palabra, incluyendo el famoso STOP que cerraba cada sentencia. Se codificaba en código morse, y se enviaba a través de las líneas de telégrafo, de ahí que también se llamaran «cables». Nuestra historia reciente no podría escribirse sin el concurso de estos mensajes cortos, caros y laboriosos.
¿Quién envía hoy telegramas? Solo los acreedores o la Agencia Tributaria nos regalan algo parecido, que se conoce como BuroFax (ChungoFax, más bien, pues solo traen malas noticias).
Hoy día los SMS solo se utilizan para las promociones en las que dicen aquello de «Envía un mensaje premium al 33333 con el texto SOYIDIOTA seguido del código de producto, y veremos qué podemos hacer por ti, majete».
Yo soy uno de esos idiotas, adoro los SMS, y jamás he vulnerado ninguna regla ortográfica ni gramatical ni sintáctica al redactarlos… Esa ha sido siempre mi actitud: «Eres lo que escribes, y viceversa».
En Hong Kong, y con motivo de la reciente Revolución de los Paraguas, se popularizó FireChat, un servicio de mensajería instantánea sin Internet ni redes 3G. ¿Cómo es posible? Utilizando el Bluetooth y la radio WiFi. Emisor y receptor no pueden estar a más de 200 metros, a no ser que haya más usuarios conectados, que actúan como repetidores de señal. Disruptivo y especialmente útil cuando un gobierno totalitario decide cortar el acceso a Internet o silenciar las operadoras de telefonía.
Hay otros competidores como Line, SnapChat, Viber o incluso Skype que fue concebido para otra cosa… Pero ninguno ha sido adquirido por Facebook.
Me da miedo un mundo en el que todo lo que nos decimos pase por un único filtro, ya que, en 2014, Mark Zuckerberg (que ha demostrado hasta ahora todo excepto ser tonto) compró WhatsApp, fundada en 2009 por Jan Koum, por la módica cantidad de 19.000 millones de dólares. La compañía… Y todos los mensajes que envían todos sus usuarios mundiales. Cribar esa información es como extraer oro de una mina digital.
Aun así tendré que pasar por el aro pues cada vez son más las personas de las que me he quedado aislado porque mi móvil, un estupendo HTC Hero de 2009, no soporta versiones de Android posteriores a la 2.1. De la obsolescencia programada hablaremos en otro artículo…
Sin embargo, mi novia me amenazó con abandonarme si me descargaba el WhatsApp, aplicación que ella utiliza con asiduidad desde que la conozco. Aducía que «rompe las parejas», por aquello del supuesto control de su tiempo libre. «¿Ha leído el mensaje? ¿Por qué no me contesta? ¿Por qué estaba activa a las tres de la mañana, si me dijo que tenía que madrugar por el trabajo?», etc, etc, etc. Y ahora, con el doble check azul, ya no digamos…
Lo cierto es que mi novia me ha dejado de todos modos, incluso antes de tener mi ansiado WhatsApp. Cuando me dijo que lo nuestro había terminado (por email), yo puse un SMS a mi mejor amiga para poder llorar en su hombro…
Su silencio me extrañó y alarmó a un tiempo, y 48 horas después me escribió un SMS que decía: «Lo siento, acabo de ver tu mensaje, es que ya no miro los SMS, solo el WhatsApp ¿Estás bien?».
Pues no, no estoy bien.
Mi socio me acaba de confesar que solo usa los SMS conmigo… Mi gestor me ha sugerido que en vez de SMS utilice el WhatsApp para ganar agilidad en los trámites fiscales… Y en el gimnasio me comunican que necesito estar en su grupo de WhatsApp para poder reservar plaza en la clase de spinning (odio el spinning, así que no hay problema, de momento).
Me he convertido en una especie de dinosaurio digital, aferrado a hábitos del siglo XX, todo lo contrario a un early adopter.
Por fortuna, varios diarios nacionales me prometen un smartphone decente por poco dinero, previo acopio de los correspondientes cupones, y yo soy un hombre que compra y lee prensa escrita todos los días ¿Otro anacronismo? Puede ser, pero en breve tendré WhatsApp en mi flamante smartphone, aunque me han obligado a enviar un SMS de tarificación premium para reservar mi terminal.
Mi exnovia se va a enterar… Pero Mark Zuckerberg también, qué remedio.
Foto portada: Shutterstock
¡Socorro, no tengo WhatsApp!
