Steampunk:  los vapores de Terry Gilliam

El retrofuturo es un término que fue preciso acuñar por culpa de unos pocos visionarios que desdoblaron el tiempo, e imaginaron invenciones que nos habrían conducido a otro escenario distinto del actual. Por su parte, el steampunk podría definirse como una suerte de ciencia ficción victoriana… si ello es posible, que lo es…
Podríamos definir el retrofuturo como una realidad paralela a la nuestra, en la que las cosas, las personas y la tecnología marcharon por diferentes derroteros. Es decir, percibimos que estamos en el futuro, pero que también podría ser un siglo XXI distinto si el señor Nikola Tesla, que ahora está tan de moda, hubiera tenido éxito con sus experimentos (o con su financiación) o si los alemanes hubieran ganado cualquiera de las dos guerras. A este desdoblamiento del presente se le conoce como ucronía.
[pullquote class=»right»]Si los Monty Python no existieran habría que haberlos inventado[/pullquote]
Stanley Kubrick nunca fue retrofuturista, todo lo contrario, quiso dibujar con precisión nostradámica cómo serían las cosas en el año 2001… vistas desde 1968. Acertó en algunas, erró en no pocas. Seguimos sin haber pisado ningún otro cuerpo celeste que nuestra vieja y querida Luna (y solo si admitimos que eso sucedió en realidad). El documental Habitación 237 (Rodney Ascher, 2013) especula y apuntala con sorprendente contundencia la teoría de que la NASA encargó a Kubrick la filmación de ese falso alunizaje…
H.G.Wells y Julio Verne fueron los primeros precursores del steampunk… Y por supuesto William Gibson, (Neuromante) a la sazón, creador del movimiento cyberpunk… Pero ¿qué tiene el sufijo punk para pervertir las letras que le preceden? Sonoridad.
Si los Monty Python no existieran habría que haberlos inventado. De aquellos caballeros el más gracioso es sin duda John Cleese, que protagoniza día sí día también epatantes anécdotas en los tabloides británicos, sobre todo a costa de su sonado divorcio y sus más sonadas diferencias económicas con su exesposa. Pero el más expuesto a los medios fuera del Reino Unido es precisamente Terry Gilliam. Antipático, contradictorio, excesivo, irregular… pero indispensable y gran adalid del steampunk, sobre todo desde que estrenó precisamente en 1984 esa obra maestra del retrofuturo llamada Brazil, inspirada en la novela distópica 1984 de Orwell.
La primera hora de metraje de su película Doce Monos se estudia en las escuelas de cine, no solo por ser el primer papel que tuvo Brad Pitt en el que no era un guaperas (de hecho le pusieron lentillas marrones y tuvo que componer cara de retrasado). Y Bruce Willis descubrió que calvo, herido, sangrante, manchado de barro y lloroso daba mucho más de sí que en teleseries como Luz de luna, ¿se acuerdan?
Terry Gilliam nos vuelve a imbuir en una atmósfera muy semejante a la de Brazil con la muy notable The Zero Theorem, con toda probabilidad la película más original e interesante de la cartelera, y en ella ha contado con Matt Damon y Tilda Swinton entre otros. Hallamos ecos de Brazil en muchos instantes, pero sobre todo nos sorprenden las soluciones tecnológicas de ese ¿Londres? hiperconectado, deshumanizado pero a la vez colorista, divertido, pasto de la publicidad, hipersexual, metarreligioso…
[pullquote class=»left»]Terry Gilliam es antipático, contradictorio, excesivo, irregular… pero indispensable y gran adalid del stemapunk[/pullquote]
El protagonista vive solo en el interior de una gran iglesia (que ha obtenido mediante una ventajosa subasta tras desahuciar a una orden monástica con voto de silencio, razón por la que no pudo defenderse del atropello) rodeado de sensores, y trabajando en un oscuro proyecto de la Dirección para desentrañar el otro lado del Big Bang. Pero no se asusten, la peli no va de matemáticas, ni de física cuántica como la bella y espesa Interestellar de Christopher Nolan. En el fondo habla de la necesidad de tocarnos y de sentirnos, y sobre todo, de la necesidad de creer en algo… aunque sea en una estupidez. En eso se basan las religiones, ¿no?
Gilliam es extraordinariamente versátil, y firmó también la lisérgica Miedo y asco en Las Vegas (1998), El rey pescador (1991) o Las aventuras del barón Munchausen (1989), que tiene ya resonancias steampunk en su alocado diseño de producción.
Otro buen ejemplo de atmósfera retrofuturista la encontramos en Dune (David Lynch, 1984). Es curioso señalar que el vapor juega un papel estético importante en todos estos escenarios, y fluye desde los lugares y las máquinas más diversas … quizá de ahí la palabra steam.
 
Imagen de portada: Mike H / Shutterstock

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Patrick Thomas

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