Solemos tender a pensar que el arte es algo que producen el hombre o la mujer a través de diferentes objetos u herramientas: el cine, la pintura, la arquitectura… Pero en ocasiones, no es necesario ningún añadido, solo el uso del cuerpo. Sería el caso de las artes escénicas o incluso la danza. O aún mejor, un arte que combina ambas a la perfección: el striptease.
Porque la consideración del striptease como un arte no es solo una percepción personal de cada cual, sino que incluso tiene su implicación legal. De hecho, un tribunal de Noruega dictaminaba en 2006 que era una forma de arte y que, por lo tanto, los pagos por su visualización debían estar exentos de IVA al igual que otros consumos culturales del país.
Sin embargo, la historia del striptease es mucho más antigua. Según la revista Muy Historia, ya habría noticias de este arte en un documento sumerio datado en el siglo III a. C. Pese a ello, no se convertiría en un espectáculo popular hasta finales del siglo XIX, con lugares como el café parisino El diván japonés.
Un arte que también existe en la espontaneidad casera
La Beti, ganadora del Premio Mejor Artista Internacional de Burlesque en el World Burlesque Games de 2015 y especializada en striptease, aclara que para entender este arte, primero hay que entender la palabra que lo define. Como ella misma explica, striptease está compuesta por strip (quitar, despojar) y tease (jugar, tentar). En inglés es lo que se llama el «Arte del tease».
Por tanto, «es un arte que casa con el teatro, la comedia, la danza, la acrobacia… Tiene infinidad de posibilidades creativas». Si esta es la parte más técnica, desde el punto de vista más emocional, La Beti no olvida que este tipo de escenificación «nos reconecta con nuestra esencia más salvaje para atrevernos a compartirla con los demás, sin miedo». Es por ello que, desde su perspectiva, «aporta luz a aspectos de lo femenino que requieren ser dignificados».
Cabe entonces preguntarse si es lo mismo un striptease casero con nuestra pareja, o delante del espejo, que uno en una sala de espectáculos. «Si nos damos cuenta, todos nos quitamos la ropa incluso varias veces al día. Luego consiste solo en ponerle actitud. Si, por ejemplo, nos ponemos frente a un espejo y nos desnudamos lentamente, mirándonos a los ojos, aprobando cada milímetro de nuestro cuerpo y nuestra piel, ya estaríamos haciendo un striptease».
Sin embargo, hace una distinción entre uno casero y un stiptease a nivel profesional, que «cuenta con mucha práctica y experiencia, además de elementos escénicos que engrandecen el ritual. El espacio escénico y el número de personas para los que se va a hacer el striptease también es lo que los distingue».
No obstante, agrega que «el striptease casero tiene la belleza de la espontaneidad, del juego; y que no sea profesional no quiere decir que no tenga valor. De un acto tan sencillo como, por ejemplo, quitarse un guante de fregar, se puede hacer un acto sublime».
Comunicación no verbal
Mar Márquez, sex-coach y bailarina, conocida en redes como Mi yo salvaje, aporta otro punto de vista. En su opinión, el arte del striptease es también una forma de comunicación no verbal. «Cada gesto, cada mirada, cada movimiento, sonrisa y juego de prenda está cargado de intención comunicativa».
Esto, que muchas veces sale de forma natural, en otras ocasiones lleva una táctica detrás. Porque, como explica la experta, hay que saber «cómo erotizar y poner de pie a un público a través de la mirada, de un gesto y un par de medias menos».
En este sentido recalca que «para esto se estudia, y mucho». Así, como alumna de este arte, reconoce que se llega «con más o menos seguridad, con más o menos vergüenza, con más o menos experiencia, por algún u otro motivo. Algunas queremos dedicarnos profesionalmente; otras lo trabajan para cumplir un sueño o superar un reto personal, ganar autoestima o simplemente reenamorarse de sí mismas».
De hecho, no hace falta que la persona que quiera aprender tenga unas características concretas, como una seguridad o gimnástica ya trabajada. Según Mar Márquez, «eso se adquiere en clase».
Aunque no es ni mucho menos lo más importante, porque desde su experiencia, «no solo aprendes la técnica del arte de la seducción, que va más allá del quitarse una prenda, sino que aprendes a amarte y expresarte como ser sexuado, dándole un par de patadas de karate a ciertos principios morales que te puedan estar limitando».
Pero el mensaje no solo depende de la persona que se desnuda, sino también de la conexión que se crea con la persona que observa al otro lado. «El arte del destape del cuerpo usa la fuerza del alma de los bailarines para simular lo más cercanamente posible el enigma que envuelve el deseo entre seres humanos. Por eso la tensión y el misterio son las herramientas que convierten el ejercicio de desnudarse en un arte. Y esto es lo que le llega con fuerza al espectador, no el desnudo en sí».
Pero termina aportando un matiz a una cuestión: el público que más se entrega y más aplaude son precisamente las mujeres, que quizás no se fijan tanto en el cuerpo que queda al descubierto, sino en la forma de descubrirlo. «Nunca hubo una mujer como Gilda, suspiramos, mientras tan solo se quita un guante, ¿no?», concluye la bailarina.