Todos estamos un poco locos y estar loco no es tan malo

9 de junio de 2015
9 de junio de 2015
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Si bien la autoridad wikipédica no deja lugar a dudas de que en el mundo hay locos y cuerdos, estas distinciones se vuelven mucho más porosas si pasamos del nivel macro al nivel micro.
Hasta el punto de que determinado grado o variedad de locura no solo podrían ser confundidos con cierto tipo de cordura, sino que esa presunta locura sería deseable para el conjunto de los ciudadanos. Porque ya el escritor italiano Carlo Dossi dijo aquello de que «los locos abren los caminos que más tarde seguirán los cuerdos».
He dejado de ser yo por un rato
17 átomos de carbono, 21 átomos de hidrógeno, 1 de nitrógeno y 4 de oxígeno. A priori, nadie temería ingerir una ración de lo anteriormente enumerado. Todos son elementos comunes en la naturaleza. Nosotros mismos estamos constituidos por esos mismos átomos. Sin embargo, si tomamos menos de un gramo de esa sustancia nuestro comportamiento cambiará radicalmente. Porque lo que estamos esnifando es cocaína.
Lo que provoca que la cocaína ejerza semejante influencia en nuestro cerebro, pues, no se debe tanto a los elementos que la conforman como a la casualidad de que encajan idóneamente en la maquinaria microscópica de los circuitos de recompensa de nuestro cerebro. Lo mismo sucede con otras drogas como los opiáceos, el alcohol, la nicotina o los psicoestimulantes como las anfetaminas. Unas simples moléculas de esas sustancias nos hacen pensar y sentir cosas diferentes. Hasta cierto punto nos transforman en otras personas.
Algunas sustancias también son capaces de cambiar sutilezas del comportamiento de formas que resultan inesperadas, como acostumbra a suceder con los efectos secundarios de determinados medicamentos. Uno de los casos más insólitos es el del Pramipexole, un medicamento que se suministraba en 2001 para tratar a los enfermos de Parkinson. De repente, muchos de los pacientes, incluso los que nunca habían manifestado interés por el juego, se tornaron ludópatas. La razón de que Pramipexole obre de esta manera en algunas personas es que los afectados de Parkinson pierden parte de las células cerebrales que producen dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que desempeña un papel en las órdenes motoras.
Así pues, podemos dividir las drogas en exógenas (como la cocaína) o endógenas (como la dopamina) pero, desde el punto de vista molecular, son casi indistinguibles, aunque solo nos puedan arrestar si consumimos algunas exógenas en un lugar público. Las drogas endógenas son las que provocan que haya días que estemos más alegres que otros, o que estemos menos desconcentrados o soñolientos. La gran diferencia entre ambos tipos de droga estriba en que las drogas endógenas son más fácilmente regulables en su secreción y luego en su reabsorción: nadie muere por sobredosis de endorfinas.
Si no fuera suficiente con este catálogo químico capaz de influir en nuestro sistema nervioso, también existen multitud de microorganismos, como virus y bacterias, que son capaces de manipular nuestro comportamiento de maneras muy específicas.
El ejemplo paradigmático es el virus de la rabia, que es capaz de llegar al lóbulo temporal del cerebro de su huésped propiciando que se comporte de forma agresiva y, en consecuencia, que muerda a otros huéspedes. A través del mordisco, el virus pasa a través de las glándulas salivales del primero hasta el segundo. Todo este complejo ejercicio de marionetista lo lleva a cabo una criatura cuyo diámetro es apenas la setenta y cinco mil millonésima parte de un metro, es decir, veinticinco millones de veces más pequeño que el huésped que está manipulando.
En otras palabras, definir quiénes somos no puede parecerse a una descripción monolítica, sino más bien al resultado obtenido tras lanzar un par de dados dodecaedros de juego de rol (y bajo la influencia de qué sustancias endógenas o exógenas nos encontremos al realizar el lanzamiento). Así pues, mucho más atinado que una serie de adjetivos como «tranquilo» o «pesimista», la descripción de una personalidad debería parecerse a un perfil neuroquímico sensible al impacto de las vivencias y de la cultura, y por tanto que se centre más en el individuo ahora y no tanto en lo que fue o potencialmente pudo haber sido.
También hay muchos períodos de nuestras vidas en los que pasamos por neurosis y otros desórdenes mentales, hasta el punto de que puede afirmarse que una cuarta parte de los adultos padecen un trastorno mental diagnosticable en algún momento determinado de su vida, según datos del National Institute of Mental Health (NIMH). Otros estudios sugieren que la mitad de todos los seres humanos sufrirá alguna enfermedad mental.
¿Por qué es tan difícil saber si estás loco?
La drapetomanía fue un nuevo trastorno mental que, antes de la Guerra Civil Americana, el médico de Luisiana Samuel A. Cartwright dijo haber descubierto. La enfermedad solo afectaba a los esclavos y se describía como la insistencia por parte de muchos negros de huir de su condición natural de esclavo. Drapetomanía procede del griego drapetes, «huir».
Así pues, unas de las razones de que ahora descubramos que hay tantas personas con trastornos mentales reside en la mejora de los diagnósticos. Y también en el hecho de que nuestra definición de trastorno mental no siempre es la misma. En los últimos cincuenta años, las categorías de enfermedad mental que lista el Diagnostic and Statistical Manual (DSM) se han triplicado. Por ejemplo, hasta 1974 la homosexualidad era considerada un trastorno mental.
El problema de diagnosticar un desorden mental, pues, tiene que ver no solo con el contexto cultural, sino también con las limitaciones dianósticas: si bien la biología molecular o las imágenes con resonancia magnética permiten detectar alteraciones en la forma y en la función del cerebro, los diagnósticos se basan también en determinados conjuntos de síntomas. ¿La timidez es un rasgo del carácter o una patología social?
En la película Alguien voló sobre el nido del cuco, basada en una novela de Ken Kesey del mismo título, Jack Nicholson se hace pasar por loco para escamotear la prisión y es atiborrado de pastillas para curar sus supuestas dolencias. No es solo una ficción, sino una crítica al sistema psiquiátrico. La revista Science publicó un estudio en 1968 realizado por David Rosenhan, de la Universidad de Stanford, California, en el que doce individuos disfrazados de vagabundos que fingían oír voces se presentaron en distintos centros psiquiátricos. Estos signos no se corresponden con los síntomas de ninguna enfermedad mental, pero fueron internados, y en unas semanas les dieron el alta, la mayoría de ellos con el diagnóstico de «esquizofrenia en remisión». Los doce falsos locos recibieron, en total, 2.100 comprimidos con diversos preparados.
En la segunda parte del experimento, 193 enfermos mentales auténticos acudieron a centros psiquiátricos. El 10% fue expulsado de los centro bajo el pretexto de que estaban sanos.
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¿De qué sirve estar loco?
En la novela de ciencia ficción Los clanes de la luna Alfana, escrita en el año 1964 por Philip K. Dick, una instalación psiquiátrica que en realidad es una pequeña luna ha sido abandonada durante años. Los pacientes que se quedaron allí se han ido organizando en distintos clanes en función de su diagnóstico psiquiátrico.
Así podemos encontrar a los deps, o depresivos, que viven en «una oscura melancolía interminable». Los manos, o personas que padecen manía, que son la clase guerrera. Los paras, o paranoicos, que viven en un asentamiento fuertemente fortificado llamado Adolfville (por Adolf Hitlet). Los ob-coms, u obsesivo-compulsivos, que son los funcionarios ritualistas de la sociedad, sin ideas originales propias. Los esquizos, aquellos que sufren esquizofrenia, representan una casta de poetas, y algunos de sus miembros son visionarios religiosos. Viven en una ciudad llamada Juana de Arco, «pobre materialmente, pero rica en valores eternos». Los polis (o perversos polimorfos) actúan como niños, sin contener su entusiasmo o crueldad. Es decir, estamos ante una sociedad que ha sabido aprovechar la neurodiversidad de sus ciudadanos para organizarse.
Algunos desórdenes mentales son sutiles o generan efectos tan estrambóticos que parecen propios de una novela de fantasía. Los pacientes de encefalitis por herpes simple suelen padecer lesiones cerebrales que les incapacita para usar y entender el tiempo pasado de un verbo irregular (como drive, drove), por ejemplo. También hay ciegos al color, que perciben el mundo en blanco y negro, como los escaques de un ajedrez. También quienes perciben la realidad como una serie de instantáneas, no como algo fluido, contemplando así el agua manando de un grifo como una estalagtita de agua. Pero quienes hayan visto la película Rain Man saben que un desorden mental les capacita para contar cerillas a una velocidad inhumana. ¿El matemático John Nash habría sido tan brillante si no hubiera sido esquizofrénico?
Muchos intelectuales y artistas han usado las drogas como forma de viajar a finisterres que de otro modo quedarían nublados por la razón. Charles Baudelaire (hachís y opio), Aldous Huxley (alcohol, mescalina y LSD), Sigmund Freud (cocaína), Alejandro Magno (alcohol) u Otto von Bismarck (alcohol y morfina). Para psicólogos como Thomas Armstrong, algunos desórdenes mentales también podrían ser beneficiosos tanto para quienes los padecen como para la sociedad en su conjunto. Desórdenes como el autismo, el TDAH, la dislexia, los trastornos del ánimo, los trastornos de la ansiedad, la discapacidad intelectual y la esquizofrenia quizá no solo deberían tratarse, sino, tal y como propone Armstrong en El poder de la neurodiversidad, favorecer nichos sociales en los que estas particulares características sean mejor consideradas o incluso más útiles.
Algunos rasgos son netamente patológicos porque vivimos en un entorno cultural en el que la introversión o la torpeza social son inexcusables, pero en Silicon Valley pueden ser rasgos importantes. Porque, en muchas ocasiones, sufrir síndrome de Asperger lleva aparejada una gran habilidad con los números y el pensamiento sistemático, destrezas idóneas para programar en ordenadores. Ya Hans Asperger, quien describió por primera vez este síndrome, se percató de que sus jóvenes pacientes de solo trece años de edad podían mostrar tales obsesiones en temas específicos como la astronomía o los ordenadores que enseguida se ponían al nivel de un docente universitario.
Tales argumentos utilitaristas pueden resultar aberrantes, pero ello ocurre porque parece que estamos condenando al ostracismo a las personas con desórdenes mentales. Lo relevante, pues, es que las sociedades se organicen de forma natural de ese modo, como sucedía en la novela de Dick.
Los locos abren caminos que más tarde seguirán los sabios, dice Carlo Dossi. Lo que antes era inmoral o repugnante se hace luego todo lo contrario. Por ejemplo, cobrar interés por un préstamo. O vender semen y óvulos humanos. O sacar provecho de la muerte de un ser querido a través de un seguro de vida. Lo que hoy nos parece aberrante, un simple disparate, podría no serlo en próximas generaciones. Por eso, si estás un poco loco, no importa. Quizá sea lo mejor.
 
Imágenes | Pixabay/ Shutterstock

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Patrick Thomas

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