Tu vida merece ser contada

“¿Acaso hay algo más importante que la historia de tu propia vida?”, se interroga retóricamente Jorge Escohotado, fundador y voz cantante de Memoralia. Escohotado redactaba los obituarios del diario El Mundo cuando tuvo una epifanía: La vida de la gente corriente también merecía ser contada. La biografía de cualquier lector podría resultar tan interesante o más que la de los escritores, políticos y otros prohombres que cada día glosaba en esa sección que se lee de reojo. “Había que democratizar el obituario periodístico”, explica.

Dicho y hecho. Jorge llamó a David C. Williams, compañero de estudios de periodismo, y le propuso montar una empresa dedicada a escribir epitafios para los mortales, una vuelta de tuerca a la clásica esquela. Aquel primer proyecto tenía un cariz netamente escatológico, empezando por su propio nombre: Obitualia.

Con la llegada de los primeros encargos, los socios se dieron cuenta de que habían planteado el proyecto con las gafas de ver de cerca, cuando aquello requería una visión estereoscópica. “No solo los muertos, sino también los vivos, tienen una historia que contar —tercia David, aprovechando que su socio da cuenta de sus patatas guisadas—. Y no solo las personas tienen una historia, sino las mascotas, los edificios, las empresas, los pueblos…”. Había (re)nacido Memoralia.
En sus cuatro años de existencia, Memoralia ha escrito unos 300 libros contando la vida de otras tantas personas (y de mascotas, empresas, etc.).

El procedimiento habitual es el siguiente: un redactor se reúne con los familiares (si se trata de un regalo al biografiado) o el protagonista (si es él o ella quien quiere contar su historia) y mantienen una serie de entrevistas en profundidad en las que se desgrana la vida del homenajeado. Simultáneamente, el entrevistador escanea las fotos y documentos que el cliente desea incluir en el volumen. El relato se transcribe, redacta y maqueta, hasta completar un libro de entre 40 y 200 páginas que se envía a la familia para que dé su visto bueno. Recibido el placet, se envía a imprenta, de donde salen entre 5 y 100 ejemplares de un precioso libro: la historia de una vida (tal vez la tuya). El proceso completo tarda un mínimo de 45 días y el precio oscila entre los 600 y los 2.500 euros, dependiendo del tiempo invertido, la calidad del papel y la longevidad del protagonista.

Doy fe de que el ’motto’ de Memoralia —’toda vida merece ser contada’— es cierto. He tenido ocasión de leer varias de estas biografías y han atrapado mi interés tanto como las Memorias de ultratumba de Chateubriand: la asombrosa peripecia del inventor y ‘bon vivant’, Juan Manuel Alvarez de Lorenzana (a la sazón abuelo materno de Escohotado), o la trágica y conmovedora vida de Silvia, la protagonista de ‘Flor de cuneta’.

Por supuesto, ninguno de estos libros caerá en tus manos, a no ser que seas familiar o allegado de sus protagonistas. Memoralia garantiza la confidencialidad de lo narrado durante las entrevistas: “Son ediciones privadas —señala Escohotado— aunque, si la familia quiere depositar un ejemplar en la Biblioteca Nacional, también ofrecemos ese servicio”.

Muy a menudo, el biógrafo se convierte en una suerte de confesor del biografiado: “El periodista llega a conocer cosas que ni la propia familia sabe”, cuenta David, “como ese cliente que sospechaba que su madre se prostituyó para sacar a sus hijos adelante y nos pidió que dejáramos constancia de aquel hecho en la biografía”. Semejante grado de intimidad explica que algunos clientes lleguen a ‘engancharse’ a las entrevistas, como ese médico de 92 años que lleva más de veinte con su libro ya finalizado. “Es lo que llamamos la Tarifa Plana Biográfica: el entrevistador se acaba convirtiendo en un terapeuta”, señala Jorge.

Al recordar el sinfín de anécdotas que han trufado la historia de Memoralia, Jorge Escohotado blande un entusiasta discurso sobre el futuro del periodismo: “El periodismo tiene que entrar en las casas, en los hogares. A todos los periodistas que se quejan de que no hay trabajo yo les diría: ¡Convertíos en cronistas de vuestras familias, de vuestras comunidades! Hay un inmenso potencial ahí fuera”. Como muestra de ese potencial, un botón: una productora proyecta una serie de TV con las historias reales inmortalizadas por Memoralia, Dos metros bajo tierra, en La Almudena.

Ilustración: Juan Díaz Faes

 

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