China 2020: el totalitarismo convertido en un juego

14 de noviembre de 2017
14 de noviembre de 2017
4 mins de lectura
China 2020

Cualquier distopía imaginada en China queda corta cuando se compara con el futuro diseñado por el gobierno de Xi Jinping. En junio de 2014, el Consejo de Estado de la República Popular China publicó un documento según el cual, transcurrido un plazo de seis años, sus ciudadanos tendrían que ajustarse a un sistema de evaluación y puntuación basado en un algoritmo caprichoso. El texto fue titulado con el larguísimo Esquema de planificación para la construcción de un sistema de crédito social, y anticipaba una forma de control hasta entonces solo explorada por la ficción.

Consiste en supervisar a cada persona siguiendo su rastro digital; reunir toda la información que esparce por la red y cruzarla para evaluar si es buen o mal ciudadano. Esa persona: ¿consume con frecuencia? ¿Paga sus facturas a tiempo? ¿Habla mal del gobierno? Algo así como mezclar su actividad en Amazon, Iberdrola y Facebook; destilarla en un dígito único y determinar entonces si se trata de alguien confiable.

Antes de su implantación en 2020, el Gobierno chino ya está valorando el proyecto a partir de la iniciativa de algunas compañías locales. Es el caso de Alibaba –la más importante– que ha desarrollado una fórmula llamada Sesame Credit desde la que juzga los hábitos de consumo de sus clientes. Por ejemplo, esta es la conclusión a la que llega un directivo de Sesame sobre una persona que compra muchos videojuegos: «Quien juega a videojuegos durante diez horas al día será considerado una persona inactiva». Perderá puntos.

Tal y como indica la publicación Dazed, en un amplio reportaje sobre el tema, el hecho de que el sistema enjuicie las compras de sus clientes sirve, de manera inequívoca, para empujarles al consumo de artículos bien considerados. Más que investigar su comportamiento, lo forma; y eso inculca mecanismos de sumisión.

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Hay otro giro amenazante, una variable si cabe más orwelliana; las relaciones interpersonales también influyen en la composición de la nota final. Conquistar los 950 puntos o caer hasta los 350 (esa es la horquilla de puntos) depende de que los amigos del individuo canten loas en favor del Partido Comunista. Lo llaman «energía positiva» y refuerza la estrategia de autocensura: se renuncia a la oposición por interés propio y también para no perjudicar a los allegados.

¿Qué ocurre, sin embargo, cuando un ciudadano se tuerce? Según Shazeda Ahmed, investigadora de la Universidad de California, la lista de castigos es larga y variada: «Incluye no poder solicitar puestos de trabajo en el gobierno, no ser elegible para enviar a sus hijos a escuelas privadas y verse impedidos de comprar billetes para viajar en tren o avión». Dazed añade otros, como la dificultad para obtener financiación o, incluso, para encontrar pareja, puesto que las páginas de citas funcionan con el algoritmo del crédito social.

A este lado del mundo la idea suena retorcida, y, sin embargo, millones de chinos ya se han inscrito voluntariamente al sucedáneo del programa de control gubernamental. ¿Cómo es posible? Dejando de lado el evidente miedo a las represalias, más allá de los palos físicos y económicos, cabe apuntarle el mérito al hallazgo del novedosísimo totalitarismo gamificado.

La obediencia es un juego: si el ciudadano alcanza 600 puntos puede solicitar un préstamo de hasta 5.000 yuanes para comprar en Alibaba. Con 650 puntos puede alquilar un coche sin dejar depósito. Con 666 puede obtener un préstamo en efectivo de Ant Financial –filial de Alibaba– y con 700 solicitar un viaje a Singapur sin documentos justificativos. El sistema premia con monedas (China será una versión inmersiva de Mario Bros) y el buen consumidor siempre gana, lo cual se traduce en un nuevo orden social de esmerados en el entorno digital ocupando la punta de la pirámide.

Usuarios que además se vanaglorian de su recién alcanzado estatus: según Dazed, casi 100.000 personas alardearon de sus puntuaciones en Weibo (el equivalente chino de Twitter) a los pocos meses del lanzamiento de Sesame Credit. Han aceptado las reglas de un juego que les reporta ventajas respecto a sus compatriotas indóciles.

No obstante, el plan chino temblaría enseguida si solo tuviera el cimiento de lo lúdico; no es así, también presenta argumentos económicos nada desdeñables. El primero y más relevante: hasta la fecha no existe en China un registro creditico que ayude a repartir préstamos con cierta garantía de devolución. El segundo: este registro obligaría a rendir cuentas fiscales detalladas, lo cual ayudaría de alguna manera a desmantelar el amplio mercado de la falsificación.

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En resumidas cuentas, el SCS pretende, según su versión oficial, «elevar la mentalidad honesta y los niveles de crédito de toda la sociedad a fin de mejorar la competitividad general del país». Fomentar la sinceridad de cada uno para impulsar el progreso de todos. El juego del totalitarismo suena rentable, pero obvia un detalle clave: la honestidad sólo funciona en una única dirección porque nadie pedirá cuentas al gobierno.

Lo explica Shazeda Ahmed: «En el documento original que describe las pautas del sistema de crédito social hay una indicación de que no solo se valorarán las personas, sino también las empresas, las oficinas gubernamentales y las instituciones legales. En mi investigación, sin embargo, he encontrado pocos indicios de cómo se evaluarán estos dos últimos tipos de organizaciones».

Si el sistema va a ser un panóptico de gobierno vigilante y ciudadanos vigilados, ¿quién garantiza que los primeros no articulen las reglas a placer? Las reservas son razonables, más aún cuando tampoco se garantiza un algoritmo de base eficaz: «Los tipos de datos personales que los proveedores como Sesame Credit están utilizando pueden no ayudar a tomar decisiones precisas sobre el estado de las finanzas de cada persona», afirma Ahmed.

Hagamos recuento pues. El gobierno chino lanzará en tres años un sistema que mide a sus ciudadanos y lo hará sin apenas trasparencia. Utilizará un algoritmo impreciso. Los clasificará según su sometimiento y los discrepantes acabarán en listas negras. Sin derecho al olvido. Sin derecho a pensar libremente. Será en la otra punta del planeta, sí, pero funcionará a partir de un sistema que ya trabaja con nosotros, el rastreo de nuestras vidas en línea y la comercialización de nuestros datos.

China 2020 está a la vuelta de la esquina. Y no plantea una dilema tecnológico o económico, sino ético. Llegado el caso, ¿hasta qué punto nuestra actividad en Internet puede condenarnos? Quizás no debamos buscar en Asia lo que ya está ocurriendo en España.

4 Comments ¿Qué opinas?

  1. Buenos Días Mundooo … ésto ya sucede , en América Latina, existe un sistema que se llama Veraz que evalúa el riesgo crediticio y si uno no paga, no puede hacer ningún trámite, lo mismo sucede con el estado y sus deudas, el gobierno chequea las redes sociales Facebook, Tweeter, Whatsapp y mails analizando si uno habla mal del gobierno, si es así no puede acceder a ninguna función pública, todos los sistemas privados de seguros, financieros y empresas comerciales poseen en los hechos la base de datos de nuestros consumos y preferencias y bombardean por todos los medios (Todos) a las personas (Potenciales Clientes) asediandolas hasta el hartazgo para que consuman. Los»crimenes» comerciales poseen más castigos efectivos que los civiles, la diferencia con China… es realmente es casi imperceptible

  2. Estoy totalmete de acuerdo Fernando. Ademas hay que sumar todos los elementos que manejan y que ni siquiera conocemos.
    Sin lugar a dudas con estos comentarios estamos perdiendo puntos. jaja

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