Hartos de los productos que caducan a los dos días

En los despachos más altos del mundo diseñan un planeta de tecnologías futuristas con caducidad de yogur. Esto está cambiando la configuración del mundo. Hoy es más habitual encontrarte con un dispositivo que con un humano. Ellos son más de 10.000 millones. Nosotros, 7.200 millones. Y se multiplican más rápido.
Pudiera ocurrir que en un tiempo, al mirar desde el espacio, la Tierra tuviera un cierto brillo metálico. La basura tecnológica haría desaparecer el azul del mar y el verde de los bosques. Pero esta mutación progresiva tiene un freno, al menos, estético. Lo que podría acabar amontonado en cloacas de chatarra puede convertirse en un objeto de decoración. Incluso, en una versión más avanzada, podría tener una función.
En esto se ocupan Dosdetres. Diego Fontecha y Matías Blanco-Cobaleda estudiaron arquitectura de interiores. Querían diseñar arquitectura temporal y hacer paisajismo. Entonces pensaban que trabajarían con materiales sin estrenar. Lo nuevo era lo bueno. Y al revés. Pero al acabar la carrera vieron que nada de eso iba a ocurrir. El mundo había rodado mucho más rápido que sus planes de estudio. Ninguna empresa les abría la puerta y no quedó otra. Montaron su propia puerta en un local que alquilaron varios compañeros de clase.
«Nuestra idea era ir viendo qué podíamos hacer», cuenta Fontecha. «Participábamos en concursos, buscábamos proyectos… Y un día pensamos que podíamos hacer nuevos objetos con productos viejos. Era una forma de reciclar y reutilizar. Era una opción ecológica ante la producción de tanta basura».
La idea se apoderó de Matías Blanco-Cobaleda. El arquitecto pensó que la inmensidad de cadáveres de discos duros que hay en las ciudades podían convertirse en relojes. Y empezaron por ahí. Ese fue su primer objeto recuperado de los despojos.
«Comenzamos a hacer relojes y luego seguimos con objetos de la vida cotidiana. Queríamos darle un uso a muchas cosas que estaban arrinconadas en un desván o que irían a la basura. Hicimos robots decorativos y otro tipo de objetos. Y siempre que podíamos les dábamos una función para que no fueran solo un adorno», relata Fontecha. «A veces encuentras cosas increíbles. Ves una pieza y dices: ‘¿Pero cómo va a ir esto a la basura?’. Tienes que rescatarla y hacer algo con ella».
Para recolectar el material con el que construyen nuevas piezas recorren a menudo el Rastro de Madrid. Allí hay tiendas llenas de cámaras y teléfonos que fueron abandonados porque dejaron de funcionar. También han conseguido desviar el curso natural de ir a la basura para acabar en sus talleres. Muchas personas que conocen su oficio llevan allí sus trastos en vez de encerrarlos en la bolsa del fin del día.
La colección de piezas únicas de Dosdetres empezó a crecer y hoy está en venta en varias tiendas. Muchas de ellas estarán expuestas, a principios de junio, en Beefeater London District (Madrid).
Lo habitual es que los elementos que forman los nuevos objetos procedan de productos de otras épocas, aunque hay excepciones. «Si vemos una pieza moderna atractiva, la utilizamos, pero preferimos que sea antigua», especifica Fontecha. «Los dispositivos de antes tienen mucha más calidad que los actuales. Puede verse en sus materiales y en el tiempo que pueden funcionar. Son más gruesos y más duraderos».
Las autopsias que practican a estos objetos de fabricación lejana demuestran que hace décadas, muchas décadas, en los despachos más altos del mundo querían construir un planeta de tecnologías futuristas con inmortalidad de lata de atún.
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