La música…, que todo lo llena

Si quería viajar en el tiempo solo tenía que encender su viejo tocadiscos. Las notas envejecidas de sus vinilos llenaban su salón y le transportaban, acurrucado en su fantástico tren musical de madera y cuero, hasta la época en que se vestía con vaqueros de pitillo y camisetas de Iron Maiden, y una melena lacia abrigaba su nuca. La aguja rascaba levemente sobre el disco y daba la señal de salida. Empezaba la magia.
Quién puede imaginar un mundo sin música. Qué seres seríamos si fuéramos incapaces de producir melodías. La música, evocadora, capaz de serenarnos o elevarnos a partes iguales. Tan fiel que nos acompaña desde la cuna hasta nuestro entierro. Tan brutal que es capaz de golpearnos el alma cuando menos lo esperamos y tan delicada a la vez, tan dulce que nos regala caricias para nuestro ánimo cansado. La música, que lo llena todo.
Música para expresar sentimientos. Música para rellenar silencios. Música para viajar. Música para dormir. Música para leer. Música para follar y música para hacer el amor. Ritmo y melodía enredados en nuestra vida, a veces sonando y otras enmudecidos a la espera de que nos detengamos a escuchar.
[pullquote class=»right»]Música que habla cuando las palabras no bastan[/pullquote]
Música para vender. Música para bailar. Para comer, para molestar, para acompañar. Música para empatizar, para conectar con esos otros que escuchan como tú las mismas notas, pero que entienden de otra manera.
Música como estilo de vida, como ese traje que te viste y te define: eres heavy, eres funk, eres rockero, eres popero, eres clásico, eres pachanguero… O no eres nada, pero lo eres todo. Música que te marca y te sella, te etiqueta y te encasilla. No te importa. Lo llevas a gala. Es tu bandera. Es tu nación.
Música como ruido de fondo, banda sonora de la indiferencia, del aislamiento. ¡Sube el volumen, que todavía te oigo! Música que te resbala, que no escuchas aunque la estás oyendo. El sonido de la pobreza, de la miseria, de la desolación.
Música que reza. Llamada a la oración desde un minarete, desde un campanario, desde el órgano monumental y majestuoso de una iglesia. ¿Será eso la fe, la canción que susurra Dios en el oído de algunos elegidos?
Música que es fuego, que te enciende. Que prende como yesca seca entre la hojarasca de cuerpos danzantes, frenéticos, encerrados en salas de baile o ritos de vudú. Danzad, danzad, malditos, se ríe el pentagrama de nosotros.
[pullquote class=»left»]¿Será eso la fe, la canción que susurra Dios en el oído de algunos elegidos?[/pullquote]
Música que acuna, que te arrulla entre sus notas dulcemente y te devuelve a los brazos cálidos y protectores de tu madre. «Desperté de ser niño. Nunca despiertes…». Música que habla cuando las palabras no bastan, cuando las palabras no sirven para explicar qué sentimos, qué vivimos, con cuánta intensidad amamos, con cuánta desesperación odiamos.
Música, sonidos, ritmos. Diosa que todo lo toca y que invita a ser tocada, como los amantes furtivos. Musa que habita en el armazón de una guitarra, que tiende su ropa en las cuerdas de un piano, que hace vibrar nuestras cuerdas vocales como quien toca un arpa.
Música que declara guerras. Música que levanta fronteras. Música que las derriba. Música amiga y compañera. Música que te da la libertad. Música que te la quita y te somete a la dictadura del pentagrama, que te dicta el son y el camino.
La aguja rasca de nuevo el disco. Suena un antiguo eco de polvo en los surcos del vinilo y vuelve a empezar la magia. El tren parte de nuevo…
… I wish I was a fisherman
tumblin’ on the seas
far away from dry land
and it’s bitter memories…
http://youtu.be/_VKouBHarIo
 

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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