«¿Sabes la diferencia que hay entre el ping-pong y el tenis de mesa?”, pregunta de forma retórica Linus. «El tenis de mesa es el deporte de competición mientras que el ping-pong es lo que se juega en la calle, lo popular», responde.
Son las 11 de la noche y algunos jugadores del club de tenis de mesa de Lluïsos de Gracia de Barcelona toman cañas en un bar de barrio cerca de la plaça del Nord. Son todos hombres y siempre se reúnen en el mismo garito después de entrenar.
Hablan de golpes, golpes con efecto, golpes defensivos, golpes planos; sobre este o ese otro jugador chino de nombre impronunciable, sobre la joya de 13 años del ping-pong japonés que podría convertirse en el nuevo rey del deporte, sobre maderas, gomas, colas. Haría falta un decodificador para comprender a la perfección el significado de sus palabras, para entender qué es darle a la pelotita blanca de «top spin» de revés. Pero, más allá de lo que dicen y de lo difícil que es captarlo, lo verdaderamente sorprendente de sus conversaciones es la veneración que sienten todos por el ping-pong.
Algunos juegan desde que eran pequeños. Para otros, este deporte llegó a sus vidas cuando ya habían cumplido más de 30 años y comentan que el tenis de mesa ha significado un antes y un después. Ahora van casi cada día a entrenar y los fines de semana se recorren la provincia de Barcelona para competir en ligas de categorías inferiores.
«Es como una droga, una vez lo pruebas necesitas más», comentan. Tiene sentido: el famoso juez del caso Blesa, Elpidio Silva o Alfredo Pérez Rubalcaba son también locos del ping-pong. Como Bill Gates, que según afirma no se pierde un partido internacional, o Edward Norton, que, cual peregrinación, viajó a China para entrenarse con los mejores jugadores del planeta.
¿Qué tiene este juego que tanto engancha? Parece que hay un punto de inflexión, de no retorno, una línea que una vez cruzada es difícil desandar. Podría tener relación con los beneficios físicos que ofrece.
Afirma la NASA que después de la natación, el tenis de mesa es el deporte más completo que hay. Y un estudio del National Center of Biotechnology Information de los Estados Unidos sobre una muestra de 164 mujeres coreanas de 60 años demostró que el ping-pong aumenta los reflejos y mejora las funciones cognitivas más que cualquier deporte. Incluso previene el alzhéimer.
El ping-pong como religión
A Albert, otro de los jugadores del club, además de lo deportivo que rodea el ping-pong, le interesa el ámbito social del juego. El ping-pong que se practica en las mesas que pone el Ayuntamiento de Barcelona en la calle. «Yo lo veo como el baloncesto street en Estados Unidos. Todo el mundo se conoce, todo el mundo sabe dónde están las mejores mesas y los mejores jugadores», afirma.
Domina el tema: durante un tiempo mapeó casi todas las mesas de la ciudad analizando quién jugaba en cada una, qué tipo de suelo había y cuál era la mejor hora del día para ir. Una especie de safari de ping-pong. «Cerca de la estación de Sants hay un ruso que la toca bastante bien. Luego está el filipino del centro que también es bastante bueno y que enseña a jugar. A veces llega un tipo viejo que parece cascado y te da un repaso…. En esas mesas se mezcla gente amateur con viejas glorias profesionales».
Es lo que tiene ser un deporte minoritario que en España alcanza solamente las 40.000 licencias, pero que, sin embargo, es uno de los deportes que más ha crecido en los últimos años junto con la gimnasia, el pádel y el surf. Exacerba el mito.
Nada comparable con lo que ocurre en China.
«Si esto fuera China, yo tendría a miles de fans queriéndose acostar conmigo», dice Albert. «Allí los jugadores profesionales, como Ma Long o Zhang Jike, son como los futbolistas aquí, celebridades, rock stars», concluye. En el país más poblado del mundo se calcula que hay más de 100 millones de personas que juegan regularmente. Hay quien dice que en China es más fácil encontrar una mesa de ping-pong que una farmacia.
Otras voces apuntan que junto al cricket y el fútbol es uno de los tres deportes más practicados en todo el planeta. Parece plausible que, en una nación como la asiática, los mejores jugadores sean tan famosos como Cristiano Ronaldo o Lionel Messi. Aunque en realidad no cobren ni de lejos lo que estos. Ma Long, por ejemplo, el mejor jugador del mundo, gana aproximadamente 200.000 euros anuales.
Afirma el periodista David Jiménez que «existe un dicho en Pekín que asegura que el país tiene tres poderes: el Partido Comunista Chino, el Ejército de Liberación Popular y el Equipo Nacional de ping-pong».
Curiosamente, el ping-pong no nació en China. Se inventó en Inglaterra en el siglo XIX, cuando las elites, que no podían jugar tenis porque llovía, montaban una mesa con una minirred e intercambiaban golpes con corchos de champán como pelotas y cajas de puros como raquetas. Fue en 1913 cuando el deporte llegó a Asia, pero no sería hasta los años 60 cuando empezaría a causar furor en China. Era un intento de la nación comunista por demostrar que el país albergaba atletas del máximo nivel.
Actualmente el dominio de China en los campeonatos internacionales es tal que cuando en los Mundiales de Tenis de Mesa de París de 2014 el combinado nacional no ganó todas las medallas, la federación de ping-pong de China celebró con alegría la derrota. Si la superioridad china fuera demasiado apabullante, el mundo perdería interés por este deporte. Cabe tener en cuenta que la nación más poblada del mundo es el primer fabricante de raquetas de ping-pong.
China dicta las leyes del deporte: para que el juego pudiera retransmitirse mejor en televisión se decidió aumentar el diámetro de la pelota. Todo el mundo acató esa decisión.
El ping-pong como comunidad
La tarde es perfecta: el clima de verano es suave y corre poco viento. Ideal para echar unas partidas. En la parte norte del parque de la Ciutadella de Barcelona, hay cinco mesas de ping-pong puestas por el Ayuntamiento. Es la hora de máxima audiencia.
Marcos, uno de los jugadores del parque, de unos treinta y largos, latino, parece dar la razón a Albert cuando comenta: «Aquí todos nos conocemos». La conversación es difícil porque a cada frase se interrumpe para saludar a alguien: «¡Qué pasa!, ¿tú por aquí?, ¿hoy te gano otra vez?». Luego vuelve a concentrarse: «aunque nadie lo diga, hay bastante competitividad», dice Marcos mientras espera su turno para jugar.
«Siempre de buen rollo, claro. El único problema lo tenemos cuando alguien a quien no conocemos viene a robar, pero incluso la policía, si pasa, nos deja en paz si nos ve beber una lata de cerveza porque no hacemos nada malo». Para Athenea Oliver, máster en Sociología Urbana por la Universidad de Ámsterdam, que ha estudiado el fenómeno de las mesas de ping-pong callejeras en Barcelona, «este espacio es muy competitivo y las mesas incluso están categorizadas (de forma tácita) de acuerdo con los niveles de los jugadores».
La escena es extraña porque si uno dirige su mirada al juego ve a gente que compite a un buen nivel; gente sudando que lo da todo y que grita cuando falla un tanto. Si, en cambio, los ojos se van al detalle, la postal es más parecida a un encuentro entre amigos: latas de cerveza apoyadas en la red metálica, copas de vino en el suelo, cigarrillos en la mano opuesta a la raqueta, un chico joven tocando la guitarra.
A escasos metros, sentados en el césped, hay un grupo de seis personas de entre 30 y 60 años que espera su turno para jugar mientras charla animosamente bebiendo vino. Hay mujeres, algo raro de ver en un deporte en el que la mayoría son hombres.
«Yo estoy en paro», me comenta otro de los jugadores del parque. Es una posibilidad dentro de un ambiente de lo más variopinto. En el ping-pong hay trabajadores del aeropuerto que viven en centros okupas, jóvenes que sueñan con vivir de este deporte, doctorados en física, arquitectos alternativos, dependientes de tiendas de comida ecológica o bomberos.
La profesión de cada cual poco importa cuando tienes a alguien en frente. Será porque no es un deporte de contacto, aunque el contrincante está muy cerca. Una balanza perfecta entre respeto y competitividad.
Entre todos los jugadores del parque parece que hay uno invencible. Las leyes de la mesa son simples: si ganas, te quedas jugando; si pierdes, te vas. Desde las siete de la tarde, y ya han pasado un par de horas, este jugador que Marcos me ha comentado que es semiprofesional, no ha perdido una sola partida. Cuando parece que se va a ir a casa invicto, llega un filipino. La mente hace esas asignaciones absolutamente racista: si es asiático será bueno. En este caso no se equivoca.
«Hace poco se organizó un campeonato en el Raval con más de 60 participantes en el que el campeón ganaba 40 horas en el Banco del Tiempo del barrio; es decir, 40 horas que podías gastar en aprender inglés o ir a cortate el pelo», dice un espectador. «Él los ganó a todos», concluye, lapidario. Esta partida no será una excepción y el filipino, un hombre risueño de unos 40 años, derrota al campeón; en beneficio del segundo cabe decir que lleva dos horas dándole a la raqueta.
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La zona de las mesas se va vaciando y ya solo quedan unos pocos rezagados. Mauricio y Stefano son dos italianos que llevan alrededor de un año en Barcelona. «Venimos bastante», afirman. Sin embargo, su nivel está muy lejos del de Marcos, del campeón, del filipino o del de un viejo francés punk. Los italianos trabajan de pizzeros y comentan que se marcharon de su país porque estaban hartos de vivir allí: «aquí la gente es más abierta, más feliz… Yo, en Italia, trabajaba de albañil, pero decidí hacer un cambio radical de vida: dejé mi casa en Roma y aprendí a hacer pizzas», dice Stefano mientras echa una partida con quien escribe esto.
En ambos, dos hombres juveniles de 40 años, se concreta la esencia del ping-pong underground. En una época en la que el espacio público cada vez lo es menos y en la que las formas duras de organización se han difuminado (sindicatos, partidos políticos o clases sociales), venir a pasar la tarde al parque con amigos, echar unas partidas y tomar unas cervezas de lata, se convierte en un acto reivindicativo.
Athenea lo explica de un modo más gráfico: «En la Ciutadella, creo que los más asiduos tienen un grupo de WhatsApp (…). La principal motivación es la diversión. Para mí, más que espacios de deporte, son espacios de juego. A muchas personas estos espacios les producen felicidad, bienestar y salud física, pero sobre todo salud mental». Triste es el tiempo en el que una actividad tan inocua tiene visos contestatarios.
El ping-pong como ocio
Casi todo el mundo que ha viajado a Tailandia ha oído hablar sobre el ping-pong show. Es difícil andar por Bangkok sin ser invitado a uno de esos espectáculos en los que, en un antro que con frecuencia recuerda a un club de estriptis, las bailarinas se dedican a introducirse objetos por la vagina.
Cadenas, clavos, huevos. A veces, incluso, fuman cigarrillos con la parte genital antes de llegar al colofón del show: se les dan raquetas a los asistentes para que respondan a las pelotas de ping-pong que lanzan las artistas con la vagina. Aunque pueda parecer humillante (y lo es), para muchas mujeres dedicarse a este tipo de espectáculos es la mejor vía para escapar de las redes de prostitución que operan en países como la propia Tailandia o Laos.
No son los únicos bares que han introducido este deporte en su oferta. Cada viernes por la noche, en Nueva York se organiza un torneo en el que el premio es de 500 dólares. A las antípodas del ping-pong show se encuentra lo que parece que empieza a ser moda en occidente. En 2009, la actriz Susan Sarandon inauguró en la ciudad del río Hudson un bar dedicado al tenis de mesa: el Spin Galactic.
Desde entonces, Sarandon ha creado un imperio de establecimientos similares en Chicago, San Francisco, Filadelfia, Toronto, Los Ángeles, Austin o Dubái. Locales de lo más moderno en los que las mesas de ping-pong se alquilan por 15 dólares la media hora, se sirve rompedora cocina de autor con perritos calientes a 8 dólares la unidad y se toman cócteles de diseño.
La actriz afirma en el diario Expansión que el ping-pong es cool porque «puedes jugar en cualquier estado, incluso si has bebido alguna copa, y tampoco conoce clases: puede jugar desde un niño hasta un director de banco».
Barcelona tampoco escapa a esta tendencia. Fede Sardà, hermano del famoso presentador de Crónicas Marcianas, además de ser dueño de una de las discotecas más emblemáticas de la ciudad, Luz de Gas, es también un loco del ping-pong. Campeón por equipos de España en 2011 y 2012, organiza cada viernes de 12 a 2 de la madrugada el #PingpongFriday en la Sala B.
En este evento con DJ incluido, los jugadores pueden conseguir una botella de champán gratis si derrotan a Míster X con sus mismas técnicas: el propio Sardà jugando con una raqueta en la cabeza, de espaldas o sentado.
Puro glamur muy alejado del parque de la Ciutadella. Puro glamur que delimita por arriba los marcos del ping-pong, un juego que va de la vagina de una tailandesa a la raqueta de Susan Sarandon pasando por las calles de Pekín.
Enhorabuena Albert, por este artículo que toca con bastante profundidad un tema que me apasiona. Soy seguidor de Yorokobu y me encanta leer contenidos como éste, pero me voy a permitir ser el típico tiquismiquis sobre algunos puntos que comentas. Dos de ellos no me preocupan pero, como tiquismiquis, no los pasaré por alto: 1) La promesa japonesa de la que hablas (T. Harimoto) dejó atrás los 13 el pasado junio. 2) En diversas fuentes aparece que lo que gana Ma Long son 250000 dólares, pero solo en la liga china. Supongo que su participación en torneos internacionales así como patrocinios le permiten contar con el patrimonio de 20 millones que se le atribuye.
Edades y ganancias son temas coyunturales y podría haberlos pasado por alto, pero hay una afirmación que vengo encontrando desde hace años en diversos medios (incluyendo un diario de tirada nacional) y que, cada vez que he intentado contrastarla, he fracasado en el intento. Dices que la NASA considera que el tenis de mesa es el segundo deporte más completo, he llegado a encontrarme quien va más allá y lo coloca en primer puesto, pero siempre son medios de dudoso rigor y nunca citan la fuente original. ¿Podrías decirme dónde encontrar esa publicación de la NASA? ¿O algún sitio fiable en el que haya un ‘abstract’ de la investigación en la que se base esa afirmación? Me encantaría toparme con ella, pero como he leído, me temo que la NASA no se dedica a estudiar esas cosas y se trata de una leyenda urbana que se está perpetuando por redactores que no contrastan la fiabilidad de sus fuentes.
No dejes de corregirme si me equivoco pero por el bien del medio para el que escribes y de tus lectores, antes de incluir contenidos tan espectaculares, recuerda siempre eso de que afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias.