No llegó como una revolución declarada, sino como una infiltrada. Empezó como juguete, luego pasó a ser una herramienta y ahora forma parte del proceso creativo. Las escuelas más lúcidas no han tratado de domesticarla, sino de aprender a convivir con ella con curiosidad, escepticismo y sentido crítico. Saben que no es una moda ni un software. Es un cambio de paradigma que requiere de