Aceptación y apología del chándal

Allá por los años 80, el foco de toda indignación en lo relativo a  atuendos se posaba sobre las riñoneras y las botellas de Yop, que al fin y al cabo eran una cosa de yonkis. Como nosotros no éramos nada de eso, la problemática nos era ajena. Llegó sin embargo el metal noventero e hizo que se institucionalizara el chándal como prenda, primero en boga y foco de vergüenza poco después.  Oh, amigos. Este ya sí era un problema de todos.
Hasta que Kurt Cobain murió, el chándal era lo que era: una prenda para hacer deporte y el comodín que nos ponían las madres para la multiaventura urbana, esa que comprendía desde el partido de fútbol sobre asfalto al lanzamiento de pirotecnia en Navidad. El Adidas Di Stéfano -totalmente azul marino con las listas de color blanco- era, además, de sufrido y capaz de ocultar las manchas, un símbolo de elegancia juvenil por su sobriedad y rotundidad de líneas.
tactelLlegó el tactel y, con él, la decadencia de la civilización occidental. La hecatombe se vio impulsada en España por el buen momento del Fútbol Club Barcelona, del Dream Team de Cruyff. Deslumbrada por el apabullante juego culé, la sociedad confundió los límites del terreno de juego y se imbuyó en una espiral de confusión que le llevó a pensar que todo lo que había en el Barça molaba. Se rebasaron líneas que no debieron ni atisbarse nunca en el horizonte.
Los dos adalides de los chándales míticos de las décadas de los 80 vieron cómo la preciada prenda se convertía en su amuleto. Fue el chándal, sin duda, lo que les llevó a ser presidentes de honor de sus respectivos clubes.
Sin embargo, lo peor estaba por llegar. A mediados de los años 90, muchos jóvenes perdieron la inocencia. Los repetidores del instituto, la virginidad. La mayor parte de los adolescentes, la vergüenza. El chándal dejó de ser una herramienta para desarrollar la actividad física de manera cómoda y se convirtió en un outfit que se aceptaba incluso en las recepciones del embajador. ¡Qué locos tiempos de chándales y bombones Ferrero Rocher! La culpa fue, por supuesto, de Korn que, no contentos con utilizarlos sin pudor ni duda, compusieron una canción a una de las marcas mencionadas anteriormente: A.D.I.D.A.S.

La apología de la marca ocultaba un mensaje alienador de masas: All Day I Dream About Sex. Este mensaje dejó dos consecuencias catastróficas: la fehaciente constatación de que los chándales no ocultan las erecciones, es decir, que no se puede estar todo el día soñando sobre sexo con un chándal puesto pero, sobre todo, la fatídica aprobación por parte del mainstream mundial de la utilización impune de los chándales de lentejuelas.

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Joven con sobredosis de chándal de lentejuelas

La imagen del objeto quedó deteriorada sin visos de volver a recuperar el esplendor perdido. Si el metal había conseguido echar al traste festivales, géneros musicales con los que mestizó o tendencias decentes en la peluquería, la prenda deportiva no iba a ser menos.
Tuvo que ser la Revolución, tan acostumbrada a rescatar fantasmas del pasado, la que resucitara la dignidad del chándal. Hubo, por supuesto, detractores que se resistían a la vuelta a los clásicos, como Rubén Amón, periodista de El Mundo e indolente de rigor y decencia. «El chándal relacionaba la tiranía con la pachorra», exclamaba con un telón de fondo formado por las imágenes del líder bolivariano engalanado con los colores de su país.
Cree el dominguero que todos son de su condición, obviando evidentemente que un hombre enmarañado en la pachorra es incapaz de dar dos golpes de estado, ganar más de una decena de comicios y aparecerse en forma de paloma tras su muerte.
El otro gran rescatador de tendencias fue Fidel Castro. El líder cubano se calzó un chándal capitalista opresor Adidas que parece haberle convertido en inmortal. Fraga no lo usó y ahora es pasto de los gusanos. ¿Casualidad? No lo creo. De la forma que sea, estamos listos para, ahora sí, la consolidación definitiva.
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Revolution will be done in chándal

Son muchas las personas que apelan al chándal, ya no como prenda, sino como seña de estatus social. Sin ir más lejos, varios trabajadores de esta santa casa han hecho del trapo bandera y deciden las tendencias que ha de consumir el público nacional embutidos en la susodicha parafernalia deportiva. En un entorno definitivamente afín a la implantación del chándal, nuestra compañera Mar Abad es una de sus más acérrimas defensoras. «El chándal es una disciplina», afirma sin rubor. «Es mi uniforme de barrio y mi mono de trabajo. Es la ropa con la que voy a yoga y con la que salgo a caminar de madrugada». Si encuentran a una chalada caminado a ritmo de marchador olímpico en las frías madrugadas madrileñas, pídanle un ejemplar gratuito de Yorokobu.
La periodista afirma también que la preciada prenda es el paradigma de la versatilidad. «Es la ropa con la que puedo ir a hacerme una radiografía de rodilla y no me dejen en bragas. Sin chándal, mi vida sería muy complicada».
El chandalero ni nace ni se hace. Cuenta Abad que desde que vio a Santiago Sierra inaugurar una exposición con la versión renovada del clásico Adidas de Di Stéfano, supo que «el chándal estaba más allá del bien y del mal».
Es el momento. La prenda es barata si se busca en los lugares adecuados, es multiusos, permite un sencillo alcance de genitales con las extremidades superiores y se lava muy bien. «Al chándal le pasará como a Adolfo Suárez. El día que desaparezca todos reivindicarán su papel en la Historia».

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Patrick Thomas

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