Estamos en 1979. Acaba de aparecer en las librerías de Inglaterra un libro de cuentos que tiene quince dibujos en color cuyas claves ocultas pueden conducirnos a un lugar del país en el que nos espera un tesoro enterrado. El lector que resolviera más rápidamente el misterio se quedaba con el tesoro.
El proyecto era más novedoso de lo que muchos estarán pensando. Posiblemente estamos ante el primer mapa del tesoro de verdad. Sí, muchos de vosotros habréis evocado enseguida piratas con pata de palo, mapas del tesoro con una X y canciones beodas en las que se hace alusión a las bondades del ron. Sin embargo, todo esto siempre fue ficción. Las patas de palo, los mapas del tesoro y hasta las canciones típicamente piratas fueron construcciones literarias que no tienen ningún respaldo histórico.
La idea de un mapa del tesoro surgió de las mentes de Robert Louis Stevenson (con su La isla del tesoro, de 1883) y Edgar Allan Poe, entre otros novelistas. Porque los piratas no enterraban sus tesoros. De hecho, los verdaderos tesoros piratas consistían en cosas como alcohol, aparejos marítimos o alimentos. Las expresiones del tipo «Yo-ho, yo-ho» o «preparaos para el abordaje» las inventaron escritores como Frederick Marryat. Tampoco los piratas tenían un loro en el hombro ni llevaban pata de palo, a excepción de algún caso discutible, como refiere John Lloyd en El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia:
Se sabe de dos corsarios (pero de ningún pirata) que tenían piernas de madera: el francés del siglo XVI François Leclerc, conocido como Jambe de Bois (pierna de madera, en francés), y Cornelis Corneliszonn Jol, a quien apodaron Houtebeen (pierna de estaca).
El mapa literario
Llegados a este punto, lo mejor que podemos hacer es conducirnos a través de la literatura para continuar soñando con tesoros. Y eso es precisamente lo que hizo en 1979 el libro Masquerade, de Kit Williams, un mapa mental que los lectores debían trasladar a un mapa del tesoro real y utilizable que les conduciría a una caja de cerámica en la que encontrarían una libre con intrincados dibujos dorados. La libre, además, estaba recubierta de cera para escamotear el escrutinio a través de detectores de metales.
No era un desafío de índole pecuniaria, del estilo encontremos el dinero de Bárcenas, sino un juego en sí mismo. La gracia del tesoro residía en descubrir nuestro propio ingenio. El haber superado a tus competidores. Sintiéndote de nuevo como un niño, cuando los piratas de pata de palo todavía existían. De hecho, en la contraportada del libro podíamos leer la siguiente advertencia:
Tienen la mismas posibilidades de encontrar el tesoro un niño listo de diez años que domine el lenguaje y posea conocimientos básicos de matemáticas y astronomía que un rector de Oxford.
El desafío fue un éxito. Llegó a ser noticia en la televisión, y se vendieron 1,5 millones de ejemplares en todo el mundo (pero a España no llegó).
El libro también era un libro tradicional en el sentido de que explicaba una historia: la de la luna que se enamora del sol y entrega a un mensajero una liebre adornada para que se la haga llegar al astro rey. El mensajero, sin embargo, se extravía en las estrellas. Si se leía el texto con la suficiente atención, entonces eras capaz de deducir dónde se encontraba esa condenada liebre.
Durante años, nadie descubrió el paradero del tesoro. Algunos se dedicaron a cavar por su cuenta diversos lugares de Inglaterra. Otros enviaron cartas al propio Kit Williams para corroborar si andaban bien encaminadas sus sospechas. Hasta que en agosto de 1982, Williams recibió un mapa que describía el lugar exacto de la liebre.
Su autor era Ken Thomas. Y, en efecto, había localizado el lugar exacto donde la liebre estaba enterrada, en un parque en Ampthill, Bedfordshire, muy cerca de la salida 13 en la M1. Tal y como lo explica Simon Garfield en su libro En el mapa:
Ken Thomas dijo a Williams que llevaba más de un año buscando la liebre, pero que había descubierto su paradero accidentalmente. Solo había descifrado algunas de las claves, que le condujeron a la zona, pero por casualidad su perro orinó al pie de una de las dos grandes cruces de piedra de Ampthill Park y él vio la inscripción, que resultó ser la clave de todo. Era un final decepcionante, y un tanto extraño. La solución de Masquerade fue una gran noticia, pero Thomas rehuía la publicidad.
La solución
Pero ¿cuál era la solución? ¿Cómo un cuento podía sugerir una X tan precisa a nivel geográfico? Esas preguntas fueron respondidas a miles de lectores en la edición de bolsillo de Masquerade.
Como se ha dicho, el cuento estaba ilustrado. Si uno recopilaba las letras que miraban las criaturas en cada dibujo, trazando una línea recta desde el ojo hacia la letra, al unirlas construías el siguiente mensaje: “Catherine’s longfinger over shadows Earth buried yellow amulet midday points the hour in Light of equinox look you” (El dedo largo de Catherine sobre las sombras tierra amuleto amarillo enterrado a medio día señala la hora a la luz del equinoccio mira).
Además, este mensaje oculto era un acróstico vertical: si se tomaban las iniciales de cada palabra y se ordenaban en una lista, se obtenía otro mensaje: “Close by Ampthill” (cerca de Ampthill). Es decir, que bastaba con ir a ese parque, pasar junto a un reloj parecido al libro, y localizar la cruz iluminada por los rayos del sol en el solsticio de verano, casi como Indiana Jones en En busca del Arca perdida al tratar de determinar el sitio donde estaba enterrada el Arca de la Alianza.
La cruz de marras se había construido en honor a Catalina de Aragón, que también se referenciaba a lo largo del cuento de Masquerade. Finalmente, la cruz, la X, marcaba el lugar. Como también descubre Indiana Jones en La última cruzada a pesar de los argumentos históricos en contra, tal y como había repetido mil veces en su clases en la universidad, la ficticia Marshall College. Pero Garfield nos desvela algo más del hallazgo:
Por desgracia, la historia perdió mucho encanto cuando se supo que Ken Thomas en realidad se llamaba Dugald Thompson y (esto no lo sabía Kit Williams) era socio comercial de un hombre que vivía con su exnovia. Había descubierto la liebre no resolviendo el enigma y creando un mapa, sino gracias a los recuerdos que ella tenía de un picnic en el parque.
Así pues, la historia del hallazgo era tan sugerente como la de los piratas, pero, como esta, también era falsa. Después de todo, esta primera aventura pirata de verdad en realidad tenía más que ver con la piratería emocional o venérea que con la de la atracción de los parques temáticos Disney.
Por eso la literatura debe de ser eso, literatura, y debe quedarse dentro de los márgenes del libro. Permanecer en la habitación de revelado de fotografías sin permitir que la luz exterior penetre y vele las imágenes. Así podemos continuar buscando tesoros con nuestra pata de palo mientras entonamos un «Yo-ho, yo-ho» empapado en ron. Por eso, volvamos a las clases de Indiana Jones en La última cruzada, escuchemos lo que dice y, naturalmente, no le hagamos demasiado caso, que después de todo es un personaje de ficción:
La arqueología busca el hecho, no la verdad. Si es la verdad lo que les interesa, el doctor Tilly imparte filosofía en la clase del fondo. Olviden toda idea acerca de ciudades perdidas, viajes exóticos y agujerear el mundo. No hay mapas que lleven a tesoros ocultos y nunca hay una X que marque el lugar.