Si uno llega a la gasolinera y le comunican que el precio al público se ha duplicado de la noche a la mañana, probablemente sus labios esbozarán una fina línea de contrariedad. Sin embargo, a poco que analice con perspectiva la situación a corto o medio plazo, quizá los labios se arqueen en una sonrisa.
Porque, tras un análisis de las externalidades negativas que acarrea el consumo de gasolina, los impuestos altos por hidrocarburos solo pueden ser una bendición. Y no solo porque eso mejoraría el medioambiente (este es solo el tercer factor en importancia), sino que se reducirían los accidentes y los tiempos de congestión por el menor uso de vehículos privados.
Externalidad negativa
En economía, las externalidades negativas son las actividades que afectan a otros sin que estos paguen por ellas o sean compensados. En el caso de conducir un coche, por ejemplo, los costes asociados a dicha actividad no son pagados solo por mí, sino por otras personas, incluidas las que nunca conducen.
Si el precio de la gasolina es asequible (y en algunos países es muy asequible, como Estados Unidos) se debe a que el conductor paga pocos costes por su actividad, lo que se traduce en que las personas conducen más kilómetros. Así pues, hay una correlación bastante evidente entre los países en los que gasolina es barata y los kilómetros que conducen cada habitante (Estados Unidos, en ese sentido, es el paradigma).
Las externalidades negativas derivadas del exceso de conducción son diversas, pero algunas de las más evidentes pueden ser el aumento de la congestión del tráfico y del despilfarro de productividad que ello supone, el aumento de los atropellos y accidentes, y el aumento del calentamiento global, la polución asociada a enfermedades y el ruido.
Idealmente, quien debe ajustar en lo posible las externalidades negativas es la administración, y la forma más eficaz y rápida de conseguirlo es aumentando los impuestos sobre hidrocarburos.
Pero vayamos al desglose de cada una de las tres externalidades negativas.
Congestión del tráfico
Es difícil calcular el descenso de productividad que generan los atascos de tráfico, incluso en países donde se han realizado diversos estudios al respecto, como Estados Unidos. Pero este breve análisis, realizado por el economista Steven D. Levitt y el periodista Stephen J. Dubner en su libro Cuándo robar un banco, quizá nos ofreca una idea general:
El Instituto de Transporte de Texas calcula que, en el año 2000, las 75 zonas metropolitanas más grandes experimentaron 3.600 millones de horas-vehículo de retraso, lo que supuso un desperdicio de 21.600 millones de litros de combustible y una pérdida de productividad de 67.500 millones de dólares, es decir, alrededor del 0,7 por ciento del PIB de los Estados Unidos.
Algunas ciudades que encabezan el podio de las congestiones de tráfico son Ciudad de México, Bangkok y Jakarta. Río de Janeiro es la peor de América Latina. Łódź y Bucarest, las peores de Europa. Las mujeres también tienen mucho que decir al respecto. Y la solución no es, como a veces se dice en la barra de un bar, construir más carreteras: al contrario, más carreteras se traduce en mayores congestiones de tráfico.
Accidentes
La gasolina barata también invita a que nos subamos al coche por cualquier motivo, incluso para ir a comprar el pan. Pero cuantas más horas en carretera, mayor es la probabilidad de tener accidentes. Según ha publicado la Organización Mundial de la Salud (OMS), los accidentes de tráfico se encuentran entre las 10 causas principales de muerte en el mundo.
Y cuanto mayor es el número de conductores, también se debe incrementar los costes de las pólizas de los seguros: concretamente, según este estudio, cada conductor extra aumenta los costes del seguro de los demás conductores en unos 2.000 dólares.
Calentamiento global
Según cálculos de Levitt, el coste social de cada tonelada de carbono que lanzamos a la atmósfera es de 43 dólares, lo que supone que se necesitaría aumentar tres centavos de dólar por litro el impuesto sobre hidrocarburos. Si todos los coches de Estados Unidos queman unos 606.000 millones de litros de gasolina al año, según un informe de la Academia Nacional de las Ciencias, entonces ello supone una externalidad del calentamiento global de 20.000 millones. Es una cifra muy alta, aunque menor que las dos externalidades anteriormente mencionadas:
Si combinamos todas estas cifras, junto con las otras razones por las que deberíamos aumentar el impuesto sobre los hidrocarburos (por ejemplo, el desgaste de las carreteras), parece evidente que se deberían exigir, al menos, 25 centavos más por litro.
Por si fuera poco, Levitt probablemente no está teniendo en cuenta otras externalidades derivadas del calentamiento global o de la polución, que incrementan ostensiblemente los costes de la seguridad social. Esta clase de polución no solo aumenta enormemente la prevalencia de diversas enfermedades, sino que incluso tiene efecto en la educación, tal y como sugiere un estudio dirigido por investigadores de CREAL que ha sido publicado en la revista Environmental Health Perspectives: las fuentes de partículas finas debidas a la contaminación atmosférica afectan negativamente a la cognición humana, reduciendo la capacidad del aprendizaje. Es decir, que si aumenta el precio de la gasolina seremos un poco menos idiotas.
Todo empezó con los caballos
Antes resultaba cada vez más gravoso alimentar con combustible a los caballos, lo que dejaba sin espacio las tierras para cultivar comida para los equinos, en detrimento de la comida humana. Un caballo medio producía unos 10 kilogramos de excrementos al día, lo que suponía unos niveles de contaminación críticos en las ciudades. Los atascos también eran un problema grave, así como los accidentes.
Todo ello incentivó el desarrollo del vehículo con motor de combustión, y de repente empezaron a arreglarse casi todos aquellos problemas. El crecimiento y los efectos a largo plazo, sin embargo, están originando una repetición de aquella historia. Lejos de consejos y una mayor conciencia medioambiental, parece evidente que necesitamos entre todos incentivos para cambiar de paradigma. El precio es uno a tener muy en cuenta.
[…] En otras palabras, si no ceñimos al impacto medioambiental, un coche eléctrico resulta mucho más interesante. E incluso podríamos afirmar que lo mejor que le puede pasar al medioambiente es que la gasolina no deje de subir de precio. […]
[…] En otras palabras, si no ceñimos al impacto medioambiental, un coche eléctrico resulta mucho más interesante. E incluso podríamos afirmar que lo mejor que le puede pasar al medioambiente es que la gasolina no deje de subir de precio. […]
El alcohol está implicado en gran parte de los accidentes de tráfico, que en 2012 causaron la muerte de más de 1,3 millones de personas en el mundo. Sólo en España el automóvil ha causado ya 300.000 muertos, más que los habidos en nuestra Guerra Civil y tantos como la ciudad de Valladolid.
CÓMO COMEN LOS CRISTIANOS
https://www.flickr.com/photos/ateosenlucha/15032825013/
[…] En otras palabras, si no ceñimos al impacto medioambiental, un coche eléctrico resulta mucho más interesante. E incluso podríamos afirmar que lo mejor que le puede pasar al medioambiente es que la gasolina no deje de subir de precio. […]
[…] En otras palabras, si no ceñimos al impacto medioambiental, un coche eléctrico resulta mucho más interesante. E incluso podríamos afirmar que lo mejor que le puede pasar al medioambiente es que la gasolina no deje de subir de precio. […]
Hombre, sé que voy a decir una gilipollez y que a diferencia de tu artículo, no doy unas estadísticas o bases para defender lo que digo.
El caso es que según entiendo, lo basas en que al ser más cara la gasolina, habrá menos conductores y por lo tanto, menos accidentes y contaminación. Por esa regla de tres, podríamos decir lo mismo del agua ¿no? Más cara, menos gasto y más amigable con el medioambiente.
[…] Son, pues, los impuestos los principales responsables del uso de transportes, y que estos sean más o menos contaminante. Y por ello, precisamente, deberíamos incluso alegrarnos de que la gasolina suba de precio. […]
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