El patio de tu casa es antinatural. Los jardines de verdad brotan a su bola en las cunetas de la autopista, en las vías de tren, en los descampados que nadie reclama y en todo lugar abandonado donde la naturaleza hace lo suyo sin ser molestada. La biodiversidad no prospera en parques ni cultivos, sino en las parcelas asilvestradas del tercer paisaje.
El nombre se lo inventó Gilles Clément, un jardinero y escritor francés contrario a las zonas verdes domesticadas, ordenadas y decorativas que tenemos la osadía de llamar espacios naturales. Su Manifiesto del tercer paisaje (Gustavo Gili, 2004) es un alegato a favor de esos «espacios indecisos desprovistos de función, en los márgenes, donde las máquinas no llegan» en los que plantas y otros seres vivos campan a sus anchas.
FAUNA Y FLORA DE LA INDECISIÓN HUMANA
El tercer paisaje, residuo del ordenamiento de la ciudad y del campo, vive en un limbo administrativo. Está integrado por terrenos cuya explotación resulta indeseada, demasiado costosa o sencillamente impracticable, como sucede en las riberas de los ríos, los bordes de las carreteras, las fincas a medio construir y los vertederos.
Precisamente porque la burocracia hace la vista gorda, la tierra de nadie se convierte en un laboratorio para que la naturaleza haga sus experimentos. El tercer paisaje está entre dos aguas. No es una reserva protegida a propósito (es más: se considera una tacha del sistema que se debe suprimir) ni tampoco un espacio mantenido artificialmente, sino el resultado de nuestra propia indecisión, que da lugar al refugio perfecto para la biodiversidad. Los mejores jardines ni se crean ni se destruyen.
Es en los supuestos terrenos baldíos donde habitan las especies expulsadas de los territorios ostentados por el urbanismo o la agricultura. Nos empeñamos en decir que son malas hierbas pero, en realidad, estas plantas son las que crecen de forma natural cuando no hay manos que abonan, podan ni esparcen pesticidas sobre ellas. Esta vegetación anárquica se desarrolla en ciclos rápidos y experimenta una evolución impredecible, continua e inconstante que se amolda al medio circundante.
En cualquier caso, la vida del tercer paisaje es corta: en pocos años se desmadra y se transforma en bosque, o bien llega un promotor inmobiliario y pasa el cortacésped. «Desde un punto de vista biológico, la existencia constituye un logro», afirma Clément en su libro.
EL VERDE COMO APAÑO URBANÍSTICO
El jardinero materializa sus ideas a través de sus diseños, como los jardines del Musée du Quai Branly o el parque de André Citroën, ambos en París. Él considera que las fronteras del tercer paisaje coinciden con las del «jardín planetario, los límites de la biosfera». En ese jardín mundial, las personas somos las jardineras encargadas de cuidar la biodiversidad.
En su manifiesto profetiza que nos dirigimos hacia una nueva Pangea artificial cosida por terrenos acondicionados según los gustos e intereses del ser humano. Ante ese panorama distópico alfombrado por suelo urbanizable, setos simétricos y plantaciones envenenadas, el tercer paisaje es el único reducto de resistencia capaz de garantizar el futuro biológico.
Clément critica las prácticas con las que uniformizamos lo salvaje y reivindica la conservación de los espacios de naturaleza espontánea ajenos al poder económico y político. Su texto promulga más de treinta directrices en ese sentido, como «proteger la desreglamentación moral, social y política del tercer paisaje» y «elevar la indecisión al rango político. Ponerla en equilibrio con el poder».
No se nos da muy bien lo de respetar el libre albedrío de la naturaleza. Más bien, metemos mano a la biología sin miramientos. Ugo La Pietra, artista, arquitecto y diseñador italiano, denuncia en su trabajo fotográfico Il verde risolve! nuestra tendencia a usar las plantas incluso como solución urbanística, para rellenar huecos o por mero placer estético.
LAS PLANTAS CALLEJERAS ESTÁN SUBESTIMADAS
La Pietra también aboga por llenar las ciudades de huertos urbanos, que últimamente son los inquilinos más habituales en el reino del tercer paisaje. Los cultivos del barrio ocupan parcelas sin dueño y los vecinos se organizan por su cuenta para gestionarlos.
Antonio Gabriel, científico medioambiental, es uno de los fundadores de la Red de Huertos Urbanos de Madrid y defensor de la jardinería ligada a la floración espontánea. En su opinión, los huertos urbanos dan un uso adecuado a los terrenos ignorados, siempre que se sepa convivir con su evolución natural.
Gabriel coordina, además, Okupas del asfalto, una actividad de La Casa Encendida que enseña a identificar y admirar las plantas nacidas en las grietas de la calle, legítimas moradoras del tercer paisaje que aguantan nuestros pisotones y atropellos. «Son vecinas nuestras que pasan desapercibidas y tienen muchas historias que contar», explica. Entre los adoquines pasamos por alto hierbas en desuso como la malva, los geranios silvestres y la cuajaleches (galium verum), antaño utilizada para preparar queso.
Nunca se sabe qué encontraremos bajo nuestros pies: las especies que habitan en el tercer paisaje son unas u otras según las propiedades del suelo, como la humedad, la calidad, el uso o su degradación. Es cuestión de agacharse y mirar.
ELOGIO DE LA IMPRODUCTIVIDAD
El Manifiesto del tercer paisaje también aborda la dimensión política, social y cultural de los espacios indecisos. Clément detecta en ellos «una parte de nuestro espacio vital entregada al inconsciente». Todas las sociedades con desarrollo urbano los tienen. «Se trata de unas profundidades donde los acontecimientos se almacenan y se manifiestan de una manera aparentemente irresoluta. Un espacio vital desprovisto de tercer paisaje sería como un espíritu desprovisto de inconsciente».
La fotógrafa María Azkarate encuentra en estos lugares, además, una oportunidad para la exploración artística. Es la ganadora del V Certamen de Fotógrafas Emergentes Vascas de BAFFEST por su trabajo Utopía contemporánea, que retrata la biodiversidad de los solares aparentemente vacíos. Y en esas hierbas detecta paralelismos con nuestra realidad. «Más allá de la propia diversidad botánica, que es fascinante, no puedo evitar asimilar la diversidad del tercer paisaje con la de las conductas humanas en nuestras sociedades», cuenta.
Un parque no es tan interesante si lo comparamos con un descampado. Estático y previsible, nos impide notar la insumisión espectacular de la que hacen gala las plantas en libertad. «Las hierbas silvestres y espontáneas cambian todos los años. No tener tiempo para pararnos a ver estas plantas es un indicador de que estamos demasiado estresados», reflexiona Gabriel.
En algún momento tendremos que aceptar el carácter indómito de la naturaleza, abrazar el caos y sentarnos a mirar cómo la vida se abre paso sin tomar decisiones por ella.
¡Sí! Me encanta leer cada vez más sobre esta naturaleza de descampados, cunetas, solares, grietas, alcorques, etc. Es una naturaleza bellísima (flores de todos los colores) y efímera. Solo dura lo que tardan en aparecer los de parques y jardines a cargársela. Ya sea con herramientas, ya sea con… ¡herbicidas! . Lo importante es poder dejar la tierra marrón libre de verde. Y el caso es que tienen a la mayoría de los vecinos a su favor, porque por increíble que parezca, asocian esta vegetación con descuido y abandono.