Un café con la solidaridad en México

13 de noviembre de 2013
13 de noviembre de 2013
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Saúl es informático y vive en la Colonia Roma en México DF. Su sueldo no lo desvela, pero es suficiente para costearse una habitación de 5.000 pesos más gastos de vida. “No hay por menos en esta zona”, se queja. Es soltero, sabe idiomas, tiene 32 primaveras y viste una camisa azul claro recién planchada. Esta mañana, que libra, va a pagar dos cafés en una cafetería. Uno para él y otro para una invitada.

Marina, que en realidad no se llama así, es de Puebla y vivía hasta hace pocas semanas en una alcantarilla de la Condesa. Tiene unos 30 años  y su ropa está desgastada. Antes vendía glicerina y maquillaje ambulantemente en las bocas del metro, pero ahora está de enhorabuena porque  acaba de conseguir una chamba (trabajo) como empleada doméstica. Con los 300 o 400 pesos semanales que se lleva ha podido alquilar un pequeño cuartito para vivir con su hijo, de quien no le gusta separarse ni un momento porque hace poco se lo “quiso robar” su padre. Ella es la invitada de Saúl.

Estas dos personas no se conocen y puede que no se conozcan nunca, sin embargo ocupan los dos lados de la mesa de esta cita solidaria. La iniciativa Café Pendiente -que se inició en Nápoles (Italia) bajo el nombre de  Caffe Sospenso y rápidamente se extendió con éxito por varios países de Europa y América- empieza a hervir en México.

La intención, 100% altruista, consiste en involucrar a locales gastronómicos para que adquieran el compromiso de ofrecer a personas sin recursos cafés o platillos de comida que previamente dejan pagados otros clientes a modo donativo.

–       Cóbreme dos cafés, joven- pide Saúl al camarero que solo le sirvió uno. El otro se apunta en una pizarra.

Marina, que siempre que puede pasa por el restaurante familiar Pineapple acompañada de su pequeño, suele saludar y preguntar cómo están a Ricardo y Verónica, los dueños y encargados del local.

“Nunca pide nada”, cuenta Verónica de ella en privado. “Lo que tú le ofrezcas lo acepta. Le sacamos huevos, licuados, fruta, leche, cereales. Si no llega con lo que se ha dejado de Café Pendiente incluso ponemos de nuestra parte. Con eso comen ella y el niño. Nos hemos encariñado”.

Pineapple es el primer local mexicano que adoptó la iniciativa y comenzó a llevarla a cabo. Desde que arrancaron hace 5 meses, ya han reservado 455 donaciones para esos otros clientes sin cartera, unas 80 al mes. “Y se han repartido 442 de ellas”, apunta la pareja.

“Un amigo nos informó de este movimiento en España y quisimos empezar. Algunos nos decían que estábamos locos, que se nos iba a llenar de indigentes, pero nosotros no hemos tenido ningún problema; las personas que piden un café pendiente siempre han sido muy respetuosas”, cuenta su experiencia la hostelera. Si ella y su marido se lanzaron es porque opinan que “estas iniciativas son pequeños granos de arena directos, ayuda para tu entorno, aportación y una manera de hacer saber a la gente de la calle que tienen un sitio donde acudir”.

Saúl está satisfecho de su cita en solitario. 20 pesos de más han sido suficientes para tener un detalle con Marina o con cualquier otra Marina. Este tipo de sucesos, cuyo origen fue narrado hace 40 años por el escritor Tonino Guerra, impulsaron a la creadora de webs Fabiola Kun –y a su marido- a ponerse a las riendas de la primera página mexicana que aporta una organización a lugares donde se puede encontrar esta iniciativa solidaria.  “Llevarla a cabo en México no es fácil”, habla Kun de su empeño, “mucha gente no se fía de que el dinero de su donación esté bien destinado y dudan de si se lo queda el negocio, pero yo observé cómo habían sacado adelante proyectos como Café Pendiente en Argentina, o de España o de Perú y pensé: aquí estamos listos para dar ese salto de fe, hay mucha gente solidaria”. Ella se encargaría de lanzar la convocatoria y de crear una serie de indicadores que dieran a los clientes esa “confianza”.

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En un par de meses Café Pendiente México ya ha logrado adherir al movimiento a 25 locales de 10 ciudades y pretende tener el mismo impacto que en otros países donde la iniciativa está consolidada. En la taquería El Faraón han empezado recientemente a seguir el sistema repartiendo comida y asegura Irma Plata, una de sus empleadas, que «funciona perfectamente». Kun se encarga de facilitar los logos y el listado de condiciones que un local debe llevar a cabo para dar trasparencia al proyecto. A su impulso, del que no saca ningún beneficio económico, se ha sumado el de dos docenas de voluntarios que propagan la idea entre las cafeterías y restaurantes de sus ciudades en México.

“Cada local puede poner sus normas”, explica la organizadora: “Pueden señalar una hora específica para entregar esas comidas, indicar si se ofrece mesa a los necesitados o solo el alimento, pueden llevar ellos mismos las viandas donadas a un centro de acogida u hospital, o incluso pueden decidir si ofrecen ellos mismos la invitación o se le otorga un vale al pagador para que se lo done a quien quiera”.

Una de las condiciones para poder lucir el distintivo es poseer un pizarrón donde se indiquen cuántos cafés o comidas extras se han pagado y cuántas  se han repartido. En su página, un mapa actualiza las ubicaciones de los nuevos locales que se suman a la iniciativa y para quienes quieran participar de otro modo, también se aceptan aportaciones en forma de impresión de carteles, vasos de plástico o cualquier otra contribución material que pueda ayudar a los locales a llevar a cabo el sistema.

“Se trata de solidaridad, confianza y pensar en el otro”, dice Kun sobre esta iniciativa por la que hoy Saúl ha pagado un café al cuadrado y por la que hoy Marina ha dado de comer a su hijo. “El café es solo un símbolo”.

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